Palacios sobre arena

Yo quería ser plomero. Oía desde mi cuarto ese ruido de motor desvencijado, bajaba al patio, me acercaba al aparato oxidado y jalaba una palanca. Por arte de magia el ruido terminaba y yo me decía: “Ya lo arreglé”.

Pero para Doña Conchita ese silencio era el aviso de que el chamaco del depto 3 volvía a meterse donde no. Entreabría su cortina, me echaba sus ojos de enfado y reclamaba: “Otra vez tú, muele y muele con la cisterna”.

Un día me invitó a su casa. Y en esa charla, cuya misión debió ser que no ultrajara más a la Diosa Cisterna de nuestro bienestar hídrico, la viejita deslizó: “De joven iba a nadar al Viaducto. Antes era el Río de La Piedad”. Sí, esa avenida turbulenta y humeante junto a nuestra calle -Marcos Carrillo-, infértil canal de concreto que en lluvias se ahogaba en aguas fétidas que huían sólo si las bombas de desazolve succionaban su mazacote inmundo a las coladeras, había sido un río. Me costó imaginarlo con mariposas y destellos cristalinos, pero luego supe que la Ciudad de México nació y creció así: en contra del dictado de la naturaleza.

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Los aztecas fundaron al Imperio Mexica en una isla en medio de un lago, a cuyas orillas se conectaron tendiendo calzadas sobre el agua. Después, la flaca civilización del siglo XX quiso desarrollar a este valle emulando aquel prodigio de ingeniería (“hagamos obras sorprendentes, total, corre en nuestra sangre el saber de la raza de bronce”), pero todo acabó en esperpento. Los gobiernos del PRI entubaron los ríos pero el agua siempre vuelve al cauce que le ordena la geografía desde la prehistoria. El regente Uruchurtu dejó el poder hace medio siglo y aún no sabemos qué hacer cuando el agua de Churubusco, Magdalena o La Compañía clama volver a ser río.

Se edificaron unidades habitacionales en manantiales (Fuentes Brotantes), en Iztapalapa el clientelismo urbanizó encima de cavernas que se tornan socavones que chupan autos, gente y casas. Y la alguna vez fantástica Barranca de Atacaxco, con su cascada de agua pura, hoy es un tiradero avalado por el gobierno con miles de toneladas de basura; mierda en todas sus formas.

Pero esas calamidades afectaban a los pobres: ergo, ni quién se espantara. Hasta que un día los ricos de la ciudad quisieron mudarse a un gueto. Sí, en el límite con la miseria del poniente pero entre verdes jardines. Sí, arriba de sospechosos taludes pero junto a un Saks Fifth Avenue.

Pero, oh, en 2015 supimos que esos taludes son tepetate, sedimentos volcánicos y pumicita: humedecidos, se vuelven arena que se desgaja como flan sin cuajar. ¿Los constructores no lo sabían? Je. Y arriba de ese flan, los palacios que rascan el cielo: magnificencia a lo Santa Fe habitada por Alicia Machado, Ninel, Juan Rivero Legarreta y otros.

En lo que la ambición, el olor del dinero, convirtió al viejo México-Tenochtitlan. Los mexicas se revuelven en su tumba.