“Papa Francisco Vs. Norberto Rivera”, por @apsantiago

“Del cardenal Norberto Rivera se sabe poco ¿Y si hurgas su pasado para escribir una semblanza?”, me propuso una directiva de Editorial Expansión. Y entonces inicié un viaje que seguía su trayectoria religiosa. En el pueblo duranguense de La Purísima, Fabiana Villanueva, su abuela -católica fervorosa desde que en 1918 su esposo Melesio Carrera fue ahorcado en un árbol por las tropas villistas-, dio al niño sus primeras lecciones de fe. La anciana premiaba a su nieto con copitas de vino de consagrar cuando la acompañaba a los funerales para evocar las llagas de Jesús, o si junto a ella cumplía penitencias alimenticias o rezaba por Las Caídas. Un día en que “La Madre Fabiana” –así la apodaban pese a no ser monja- prestó un cuarto de su casa al cura de la región, José de la Soledad Torres, le entregó a Norberto, de 6 años, para que lo hiciera su monaguillo. “Mi abuela quería un hijo cura”, me confió sor Alejandrina, prima del Cardenal. El obispo Torres, padre espiritual de Norberto durante 20 años, fue secuestrado y asesinado en 1967. “Muerte por estrangulación con alambre”, dictaminó la autopsia. Según Jesús Quirino, con quien vivía Norberto –en ese momento párroco de Río Grande, Zacatecas-, había otra lesión: “Lo caparon”, me dijo para el reportaje publicado en Chilango. -¿Cómo reaccionó Rivera?-, pregunté a Quirino, su ex colega en el Seminario Menor. -Entró a la casa, como que se le salió una lágrima. Volteaba al piso, caminaba. Sólo me dijo: “¿cómo ves, prieto?” Eso le sirvió de acicate. Desde entonces Norberto se entregó a su chamba-, relató. Y sí. Rivera se volvió siervo del sector más duro y conservador de la iglesia. En Zacatecas luchó con furia para que la madre soltera Cherinarda Castillo abandonara a su pareja, el sacerdote Manuel Martínez. “Norberto tuvo esa labor importante (velar por el celibato) -reconoció Luis Badillo, cronista de Río Grande-, pero controlar a Manuel no le fue sencillo”. A fines de los ‘80, como obispo de Tehuacan, Puebla, y por orden de Joseph Ratzinger -entonces prefecto del Santo Oficio-, se ocupó de pulverizar en la zona la influencia de la Teología de la Liberación, cuya causa suprema era la defensa de los pobres, y que honraba las culturas indígenas. En el seminario de esa ciudad eliminó los libros de los ideólogos de esa corriente Gustavo Gutiérrez Merino y Leonardo Boff, y reclamó que en el seminario “había homosexualidad -contó el cura Anastasio Hidalgo, titular de Pastoral Social en la diócesis, quien le reviró a Norberto-: “lo que usted está haciendo en el seminario es inhumano”. Días más tarde Anastasio fue cesado y el rector del seminario, Jesús Mendoza, renunció. Norberto ocupó su puesto. Arzobispo primado de México desde 1995, Norberto fue amigo de Marcial Maciel, para cuya celebración por sus 60 años de sacerdocio viajó a Roma; fue acusado de proteger al cura pederasta Nicolás Aguilar, y ha tenido un vínculo fraterno con el poder. «Se ha centrado en acudir al llamado de las altas esferas. Lo buscan empresarios, políticos y organizaciones y sabe estar en esos ambientes», me dijo el padre Mario Flores, su ex coordinador de prensa. En estos días, el Papa Francisco es la portada de la revista Rolling Stone por recuperar valores católicos perdidos, luego de que Time lo designara “persona del año” por colocar la justicia social como gran motivación de la iglesia. El argentino se dice incapaz de condenar a los homosexuales, se aleja de los lujos, cuestiona al Banco Vaticano, pide repensar la sanción católica al aborto, exige a los gobiernos cuidar a los migrantes y pobres, reabre la iglesia a los divorciados y condena los crímenes sexuales de curas contra niños. Y yo me pregunto qué significará el papel discreto, casi invisible, de nuestro arzobispo primado, justo cuando su jefe enaltece todo lo que Rivera consagró su vida a combatir. ¿Significa vergüenza? ¿Diplomacia? ¿Indignación silenciosa? ¿Arrepentimiento? ¿Instinto de supervivencia? ¿Miedo? Los 93 millones de católicos mexicanos, víctimas de un país lacerado en cada rincón, merecen al menos saber la postura de la principal figura católica del país. Y requieren un líder religioso que defienda las causas justas; no un sacerdote oculto en la Casa Arzobispal de la colonia Florida.

(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)