¿Qué tan compartido eres con el amor?, por @afuentese

#Yoconfieso que me caen gordos los taxistas que tiran piropos, eso de creer que cada viaje un amor, la neta se me hace mega chafa. Y miren que no soy de las que dejan de usar chiquifalda nomás para evitar los silbidos callejeros. No me molestan porque ni los pelo. Que ruede el mundo que yo voy concentrada en mi música. Pero eso sí: el taxista que empieza a preguntar que si a dónde voy, que si saliendo de la chamba, que si soy soltera, a esos no los tolero. Así que contesto con un “sí” o “no” tajante y procedo a clavar los ojos en el tuiter.

 Pero el otro día, la historia de #taxista me sorprendió. Bueno, primero me sorprendió él. No soy de las que platican, no me subo a un taxi buscando amigos, sino evitando el tráfico, así que no empiezo a interrogarlo a ver si me suelta una historia linda para estas #crónicas, pero cuando menos me di cuenta, ya estaba en franco chisme con el chofer, que no le paraba la boca –tengo la impresión que, con o sin presencia de cliente, él habla y habla y habla-, era un tipo súper amable: saludaba a los vendedores de las esquinas, explicaba su ruta y cómo buscaba evitar el tráfico al manejar, un merolico.

De pronto, sonó su celular, y sin más me lo pasó: “Por favor conteste, señito, que vengo manejando y además sin lentes no veo, ¿sí sabe usar de esos teléfonos, verdad?”. Antes de poder contestar, ya estaba en mi mano un aparatito de esos en los que apenas se podía mandar un mensajito de texto.

“¿Me lee por favor? Debe ser una clienta que quiere ser mi novia”, y le leí el mensajito: pasar por ella por favor a un antro a las 2:30 am. Contéstele que sí por favor, que ahí estaré. Y ahí andaba yo, muy secretarial, exprimiendo mi memoria para recordar cómo se mandaban esos mensajitos apretando tres veces cada tecla hasta dar con la letra deseada. Pues fíjese, se arrancó, esa señora está guapa y joven, tendrá unos 45 años, y es soltera… y quiere andar conmigo, me invita a su casa y todo. Le gusta que yo vaya por ella cuando sale a divertirse y luego me invita, pero yo le digo que no, imagínese, ¡tengo 30 años de casado! Y me he cuidado mucho de no regarla, tenemos seis hijos y somos felices. Pero ella insiste en que sea su novio, ya hasta le conté a mi mujer.

Taxista hizo una pausa en una esquina, donde compró una paleta de caramelo que me dio sin preguntar si me gustaba, se me antojaba o la quería. Era mi momento de hablar, supongo: “¿Y qué le dijo su mujer?”. ¡Nombre!, viera que ahí si me sorprendió. Me dijo que si quería, pues adelante. Y pues ya le pregunté ‘¿oye vieja, y por qué aceptarías?’ y ¿sabe qué me contestó? ‘Pues porque te amo mucho y yo quiero que seas feliz’.

¡Válgame! Por suerte ya habíamos llegado a mi destino, así que no tuve que hacer ni decir nada que sonara adecuado, sólo agradecí la paleta, el buen viaje y la anécdota, que me hizo pensar que yo, al marido, no lo amo tanto como para compartirlo. Salí egoísta, supongo…

(ALMA DELIA FUENTES)