“Recuerdos de la Industrial”, por @jorgepedro

El recuerdo más antiguo de mi papá es una jacaranda en la colonia Industrial. Tal vez la misma que una vecina acaba de tirar para no tener que barrer tantas flores. Perla y Andrés se conocieron defendiendo ese árbol. Y a un servidor invitándolo a pasar el sábado con ellos en su fraccionamiento de suelo arcilloso al norte de la ciudad.

Quedamos de vernos en el Parque María del Carmen, el de los animalitos de concreto y la fuente de 1926. Por aquellos años un anuncio en el periódico se ufanaba: “¡De un campo estéril hemos hecho una ciudad!”. Durante siglos ese “campo estéril” fue un pueblo de nahuas que explotó el tequesquite y en donde funcionó una hacienda de nombre Atepoxco. Pero mi papá no es tan mayor, no vaya a creerse. Él nació en los cuarenta, cuando las calles de la Industrial ya llamaban la atención, como aún lo hacen, por su nomenclatura fabril (Fundidora de Monterrey, Buen Tono, Ánfora, Larín) y las modestas casas art deco y neobarrocas, casi todas muy monas y de dos pisos. A la fecha los habitantes con la mejor vista son los halcones de la avenida Rómulo Escobar, que algunos fines de semana deciden volar más bajo para alegría de los scouts del Parque María Luisa. “A veces amanecemos con pichones sin cabeza en la calle”, relata un tocayo que lleva 45 años en esta avenida que conecta los parques. Sus perros en blanco y negro me miran a color desde la entrada de la casa rosa.

Otro vecino feliz es el fotógrafo @cuchomatli, que vive con su madrina y siete gatos en una casota verde que dan ganas de comerse como un pastel. En cambio tocamos el timbre. Hola, hola, mucho gusto y muy amable nos permite entrar, qué emoción, qué buena onda y lo invitamos a echarse unas cervezas con nosotros al Salón Modelo, pero está ocupado, ya será en otra ocasión. Mis nuevos amigos han crecido en la colonia, pero nunca habían venido a esta cervecería de 85 años en la esquina de Río Blanco y Constancia, por el mercado, en la que cuentan que llegaron a reunirse el Che y Fidel. Qué buena la rockola, qué bien que toca, Acapulco tropical, pedimos más cervezas y si vivo cien años, cien años pienso en ti, pero ya mejor vámonos, no vaya a ser que se nos haga de noche. Todavía falta echarle un ojo a la desastrosa ampliación del Eje 4 Norte, ¡qué bárbaros!, y mirar de cerca la casita con el letrero de Quinta Luz María, construida en 1931, la cual van a derribar en breve, según Perla y Andrés. Los de al lado le dicen “la casa del monje loco”. En ella los perros se la pasan ladre y ladre.

Después arriesgamos nuestras vidas de peatones asoleados para alcanzar la Calzada de Guadalupe y admirar, aunque sea por afuerita, el edificio del Instituto Mier y Pesado, ¡fantástico! ¿Y si para terminar el paseo comemos en el restaurante oaxaqueño de la Estrella?, escuché que el mole es buenísimo.

Uno de mis recuerdos más bonitos será ese día en la colonia Industrial.

Fotos de: Dorian Ulises López Macías

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 (JORGE PEDRO URIBE LLAMAS)