Santo Domingo de lunes a sábado

(Con la colaboración de Miguel Hernández, evangelista en los Portales de Santo Domingo) El dos de octubre no se me olvida porque ese día conocí a fray Julián Pablo. Lo ubiqué y saludé en una calle que Manuel Toussaint llamó “estúpida”, la que abrieron en 1861 para desaparecer la portería y las capillas del Tercer Orden y del Rosario (una de las construcciones más ricas y elegantes de la ciudad) del Imperial Convento de Santo Domingo de México. Me refiero a la calle de Leandro Valle en el Centro. En la iglesia del ex conjunto conventual desempeña su labor el dominico con quien formulé las palabras mágicas: “Mucho gusto, Julián Pablo, mucho gusto, Jorge Pedro”. Muy cortés, me invitó a pasar a su estudio, nutrido de rostros de Jesús que le gusta pintar. Sobre la mesa noté un par de libros de Charles Péguy. Apreciado fray Julián Pablo Fernández Fernández: me resulta difícil expresarle todas las emociones maravillosas que colman mi ser, se lo debo a mi curiosidad por conocer el entorno que me rodea. Así llegué al Templo de Santo Domingo, que ubicado en la plaza con gran imagen arquitectónica es un aviso de la riqueza artística que guarda. Al principio hablamos sobre dominicos relevantes en esta parte del mundo, como Servando Teresa de Mier. “No puede entenderse la historia de la Ciudad de México sin el convento de Santo Domingo”, recuerdo que dijo. Luego, Julián Pablo, de 74 años, me platicó de su amistad con Luis Buñuel, con quien colaboró para el guión de La Voie Lactée (1969), su película más ¿católica? Me habría encantado grabar la conversación, pero él prefirió que no. De todas formas, lo mejor de nuesto encuentro resultaba imposible de grabar: las impresiones que me produjo el famoso cuadro La lactación de Santo Domingo que pintó Cristóbal de Villalpando a finales del siglo XVII y que el fraile, pintor y cineasta (entre otras vocaciones) mantiene en la sacristía que él mismo diseñó. Ya dentro del templo, ninguna equivocación, recogimiento completo, una isla de paz y tranquilidad en medio del ajetreo de la gran urbe. Pero aún faltaba lo mejor, que fue conocerle a usted, quien bondadosamente, con gran sabiduría, me mostró su obra pictórica, que cambió mi concepción de lo que es una persona dedicada a servir a Dios y que desarrolla todos sus potenciales humanos. Por una parte aparecen las huestes de la caridad, rojas y solemnes, y por el otro la tropa verde de la esperanza, con la misma gracia, todas mujeres, igual que la partida de la fe, blanca y más discreta, pero poderosa como el resto. Y los angelitos arriba y abajo y en el extremo inferior izquierdo el perrito dominico y en la parte más importante del cuadro la virgen compartiendo la leche de su pecho a un Santo Domingo de Guzmán devotísimo. Lástima que la pintura no esté a la vista de todo el mundo. La buena noticia es que todo el mundo tiene la oportunidad de acercarse a fray Julián Pablo, de preferencia despuecito de la misa que celebra de lunes a sábado a las 13:00, y pedirle que por favor le permita verla. ¿Aceptará? También vale la pena conocer el coro y la capilla dedicada al Señor del Rebozo, así como la “capilla dorada” y, de paso, preguntarle al fraile por la tumba del hijo de Moctezuma II. Su cátedra-diálogo me transformó y acrecentó mis horizontes como persona que desea comprender las raíces que nutren nuestra identidad mexicana. Quiero expresarle todo el agradecimiento por brindarme su tiempo, charlar de temas muy importantes y lograr que mi persona se llenara de pensamientos, emociones y sentimientos nunca experimentados. Al despedirnos, este “perro del señor” (significado de domini canis), que creció en Tepito, que fue amigo de Fernando Benítez, que lee a Dostoyevski y que trabajó como capellán en una plaza de toros evocó a Borges: “Todo encuentro casual es una cita”. Invito al amable lector a provocar un encuentro por el estilo en estas plazas de Santo Domingo y 23 de Mayo, que son como un viaje al siglo XVIII, especialmente por el bello templo, que fue el edificio más alto de la ciudad hace 200 años. Yo creo que, si uno lo decide, Santo Domingo no es sólo una iglesia: es el domingo que los capitalinos podemos pedir cualquier día de la semana. Que Dios lo conserve para bien nuestro.

(JORGE PEDRO URIBE LLAMAS)