‘Sobre el ciclismo en la Ciudad de México’, por Guadalupe Nettel

Andar en bicicleta es uno de los grandes placeres de la vida cotidiana. A diferencia del coche, del autobús o del aeroplano, este medio de transporte produce una sensación de libertad, de ligereza, de autonomía. Pedalear cerca del mar, dentro de un bosque o hacer bici de montaña, constituyen experiencias inolvidables.

Otra cosa es utilizar la bicicleta en la ciudad , sobre todo en una metrópoli tan peligrosa y caótica como la nuestra. Sin embargo, desde hace algunos años, aumenta el número de ciclistas no ocasionales, gente que va a dejar a sus hijos a la guardería, al trabajo y hasta a los reventones de fin de semana en dos ruedas.

Al principio, yo los consideraba como humildes Kamikazes de la ecología, sobre todo a los que no se ponen casco pero poco a poco he ido descubriendo que en realidad gozan de innumerables ventajas.

Moverse en bici permite circular mucho más rápido que el coche. Los ciclistas no se quedan estancados en los semáforos durante horas; ninguna calle se les cierra pues pueden cambiar de sentido, saltarse una banqueta o aprovechar los intersticios que se crean entre los estáticos automóviles.

Todos los días inauguran caminos más directos y también más agradables. Mientras nosotros esperamos a que el tráfico avance, escuchando el radio —y el ruido que hacen nuestras lonjas al crecer— ellos ejercitan sus músculos y su frecuencia cardiaca. Por si fuera poco, pueden estacionarse en casi cualquier lugar, no gastan en gasolina ni en tenencia, no están sometidos a la verificación semestral. Por más jodida que esté su bicicleta, nadie les exige llevar una calcomanía. Circulan todos los días y en cualquier condición etílica ya que a ellos no les imponen el alcoholímetro.

Como cualquier grupo social que sepa hacerse valer, los ciclistas han conseguido varios derechos y la protección de las autoridades de la ciudad. Han obtenido carriles especiales para ellos, racks para estacionarse y hasta un programa como el ecobici. Celebro esas medidas y también que el gobierno se empeñe en disminuir el tráfico. Lo que no celebro tanto es la pugna entre coches y bicicletos que poco a poco se ha ido instaurando.

Antes el único día en que resultaba fácil circular en auto por la ciudad era el domingo pero últimamente les ha dado por cerrar avenidas como Patriotismo, División del Norte o Mazatlán para uso exclusivo de los ciclistas. Entiendo que se trata de una estrategia para que la gente se anime a probar ese medio de transporte pero al mismo tiempo producen un encono de parte de quienes circulan en coche, algo que, a la larga, puede resultar riesgoso para ellos. En vez de asumirlo, algunos ciclistas han adoptado una actitud de prepotencia y enjundia.

El otro día me tocó ver a una parvada de biciletos saltarse impunemente los semáforos en Avenida Coyoacán. Cuando una señora les comentó preocupada que eso era peligroso, dieron como argumento que iban en grupo y soplando un silbatito. No parecían percatarse de que infringían las leyes de tránsito.

El gobierno del DF está siguiendo el modelo europeo donde las bicis cuentan con un espacio propio para ellas y no el de California que promueve la convivencia entre ciclistas y conductores conocida como la ley Share the road (comparte el camino).

A los ciclistas avezados les entorpece que los confinen. A mí me cuesta trabajo decidirme entre una y otra política. Para andar en bicicleta no hace falta ser rico pero sí un privilegiado: hay que ver bien, tener condición física y arrojo entre otras cualidades.

Como discapacitada visual y mental que soy, el destino me ha negado —a mí y a muchos otros— ese medio de transporte. Ya me gustaría sortear los embotellamientos del viernes a toda velocidad mientras mis hijos cuelgan sobre cada rueda, en sillitas de madera pero me conformaré si evitan que nos atropellen mientras caminamos por las banquetas y nos permitan desplazarnos en coche los domingos para llegar a nuestro destino pues, como los mismos ciclistas argumentan, furiosos, cuando un coche se les cierra: la calle es para que la usemos todos.

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(GUADALUPE NETTEL)