Sobre los animales de cuatro ruedas, por @afuentese

Ustedes no están para saberlo, pero yo sí estoy para contarlo: hace poco tuve un conato de enfrentamiento marital a causa de los altos. Los semáforos en rojo, esos extraños seres de verde que –básicamente- pasan desapercibidos para varios conciudadanos.
Resulta que esperábamos cruzar la calle Marido, Celu, un amigo y su servilleta. Marido –al ver el semáforo en rojo- cruzó con total confianza y seguridad acompañado por la inocente mocosa. Amigo y yo, rezagados un poco, pegamos un grito de angustia desde la otra esquina: “Nooooo” gritamos al unísono, “ten-cuida-dooooo”.

 Marido, alarmado por nuestra histeria, detuvo su andar para averiguar, ansioso, qué nos había pasado (a nosotros, los gritones, que lo alarmábamos con nuestros gritos). Los gritones estábamos perfectos, pero “¿cómo te atreves a cruzar así?” (¡y con la niña!, se alarma esta que escribe).

“¿Cómo ‘así’?”, preguntaba –ya un poco acalorado- el señor Marido, “¡pues si está el alto!”. Claro, como Marido ante todo es buen ciudadano, este par de peatones pensó que todo era mera ignorancia de su parte, propia del que rueda muchas horas del día. Como buenos peatones cotidianos, le explicamos que en el DF la señal en rojo no garantiza que los conductores se detengan. Básicamente, porque los que caminamos importamos tres cacahuates a quienes circulan.
Y no sólo hablo de micros, de camiones, de tráilers, de todos esos vehículos que, chiquitos o grandotes, parecen NECESITAR no sólo invadir la cebra peatonal, sino pasarse el alto sin la menor precaución. Todo tipo de ruedas parecen vivir en la tentación de aplastar humanos.

(De hecho, creo que hemos llegado a ese mísero momento en la vida en el que ya no nos quejamos de que se pasen el alto, ya de plano nomás pedimos “hacerlo con precaución”.)
Confieso que es un miedo frecuente: morir golpeada por un auto, atropellada, sin enterarme apenas de lo que me abatió (pa’agarrar el bonito término de moda y de novedad). Pero, francamente, no creo que sea buen modo de morir, así que haya o no haya una luz roja, siempre freno estos pies en la esquina, me asomo a ambos lados de la calle, y me cercioro de que no habrá ruedas que frenen mi andar.

Y no se trata sólo de animales de cuatro ruedas: ¿qué tal las motos? SUFRO al pensar qué pasará cuando haya un Uber de motos (se supone que Oxxo ofrecerá el servicio de renta de motos, espérelo próximamente). Esta semana casi casi me arrolla una. Había un alto y una micro detenida (eso ya me pareció sospechoso, la verdad). La micro-lata-féretro-rodante me impedía ver el resto de los carriles (claro, estaba parada en la cebra peatonal), así que por poquito no veo una linda moto que se pasó el alto. Al cruzar, sentí que –durante dos segundos- había estado en el dilema de “alguno de estos dos me aplastará, pero ¿qué prefiero?: la moto, que se pasa el alto, o la micro, que puede acelerar en cualquier momento”. Pasado el aturdimiento, aceleré mi paso y logré cruzar la calle; feliz estaba de mi logro cuando choqué con un ciclista que (¿por qué no?) rodaba sobre la banqueta y no me vio.

(ALMA DELIA FUENTES)