“Somos lo que comemos”, por Guadalupe Nettel

Hace unos días, en una primera consulta, el médico me preguntó cuántos familiares con cáncer tenía y me di cuenta de que ya no puedo contarlos con los dedos de las manos.

No quiero pensar en el tiempo que me habría llevado incluir a los amigos y a los parientes de éstos en la lista. El cáncer al igual que la obesidad y la diabetes son cotidianos en México. A diferencia de las dos últimas, el origen del primero no puede señalarse con exactitud.

Se habla de muchos factores decisivos además de los genes, el estrés, por ejemplo, la calidad de los alimentos, el grado de acidez que tenemos en el cuerpo. Los oncólogos coinciden en que la comida juega un papel fundamental en el desarrollo de esta enfermedad. Todo lo que compramos empaquetado y con conservativos es altamente tóxico al igual que los productos  light   o el café soluble; se habla también de la leche industrial y de todos sus derivados.

Además de los alimentos, los envases que los contienen como el poliuretano o el aluminio, productos de limpieza con aromas artificiales y en general los químicos a los que con frecuencia nos vemos expuestos, son vistos ahora como factores de riesgo. ¿Cuánta gente está al tanto de esto? Me doy cuenta de que en realidad muy poca. Sin embargo, aún teniendo una idea más clara de las cosas que hacen daño, no resulta sencillo llevar una vida saludable.

Hace apenas dos generaciones, me refiero a la de mis padres, nacidos en los treinta y los cuarenta, el repartidor pasaba con cubetas de leche espumeante por las calles. Ahora es necesario pagar fortunas o viajar a un rancho menonita para conseguir comida como la de antes.

En la ciudad, los productos libres de pesticidas y de otros químicos, están fuera del alcance de los bolsillos medios, no digamos de los más limitados. Las luces de neón, prohibidas en muchos países del mundo, siguen iluminando nuestros hospitales y nuestros colegios. Sin mencionar que, tanto las oficinas a las que acudimos, las terminales de los aeropuertos, los aviones o los autobuses de pasajeros, hasta nuestro propio edificio, huelen siempre a detergente o a desinfectantes químicos. Resulta muy difícil encontrar en el supermercado un producto que no contenga glutamato, sacarina, hormonas, bromuro o alguna fruta que no haya sido modificada genéticamente.

¿Cómo no agobiarse ante semejante panorama? ¿Cómo no sentirse impotente?

Desde que nacieron mis hijos, me he preocupado por tener en casa productos orgánicos con el sacrificio económico y temporal que eso implica, pero siendo realista, resulta casi imposible impedirle a los niños de hoy que tomen jugos en cajitas, que consuman cereal industrial, que coman galletas empaquetadas, sin hablar de los dulces, las salchichas, las hamburguesas y las papitas que abundan no sólo en las escuelas sino en todas las fiestas infantiles y en casas de muchos amigos.

Desde que los índices de diabetes y obesidad infantil se han vuelto alarmantes en México, empieza a hablarse de la famosa “alimentación balanceada” pero sin que nadie tenga muy claro en qué consiste y, sobre todo, sin la urgencia que el asunto amerita. La verdad es que no existe todavía una cultura de la salud en nuestro país. Aunque la primera reacción sería sentirse culpable por no protegernos de manera eficaz de todos estos riesgos, nuestro margen de maniobra no es tan grande como pareciera.

Vivimos a merced de las grandes corporaciones dispuestas a defender sus beneficios económicos a costa de la niñez mexicana, su primera víctima, pero también del resto de la población. Se trata de una forma un poco más sutil y velada de violencia que sufre la población de este país.

Algunos datos para tomar en cuenta:

En México, según la Unión Internacional Contra el Cáncer (UICC),el cáncer es la tercera causa de muerte y estima que cada año se detectan 128 mil casos nuevos.

En 2011, de cada 100 ingresos hospitalarios por tumores en el país, 56 son por tipo maligno. En los jóvenes representa 71 de cada 100 y para la población adulta, 53.

En 2011, de las personas con cáncer, 24 de cada 100 hombres de 20 años y más lo padecen en los órganos digestivos.

https://www.inegi.org.mx/inegi/contenidos/espanol/prensa/Contenidos/estadisticas/2014/cancer0.pdf

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(GUADALUPE NETTEL / [email protected])