Foto: Alejandro López

Contracultura pop | 5 conciertos, una noche (U2 incluido)

Opinión

El 3 de octubre, apenas 15 días después del sismo que nos sacudió, la Ciudad de México tuvo una noche excepcional con grandes presentaciones para amantes del rock y del pop.

La noche del martes 3 de octubre fue una noche peculiar para la Ciudad de México. En el Plaza Condesa, derrumbado el 19 de septiembre según las fake news que circularon en las redes sociales, se presentaba La Femme, conjunto francés que en poco tiempo se ha ganado un notable culto por estas latitudes. El escenario del Lunario del Auditorio Nacional fue ocupado por Local Natives, el grupo de rock de Los Ángeles, California. En la Arena Ciudad de México, ese moderno, pero inaccesible foro (al menos para los usuarios de transporte público), el show corrió a cargo de Def Leppard, conjunto inglés que ha vendido más de 100 millones de copias de sus discos, emblema de algo que antes llamábamos rock duro, pero que con el paso de los años se ha vuelto más bien blando. En el Palacio de los Deportes se presentaron otros ingleses, los Pet Shop Boys, que apenas vinieron el año pasado al Corona Capital. Les debe gustar mucho nuestra ciudad. No fui al Palacio, pero el historial de este dueto es impecable: durante décadas ha sido genial en vivo, ofreciendo un espectáculo muy sofisticado, armado con fuertes dosis de teatralidad, de ironía y de música para bailar. Y para acabar, el evento más concurrido de todos, U2 en el Foro Sol, ofreciendo la primera de sus dos fechas en CDMX, con Noel Gallagher, el motor de Oasis, como telonero de lujo.

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La veteranía de algunos de los artistas que visitan la ciudad la noche del 3 genera en redes sociales mil versiones del mismo chiste (con temblor y sin temblor incluido), que más o menos dice así: “¿U2, Pet Shop Boys y Def Leppard en concierto? No sé si estamos en 1985 o en 2017”. Los viejos sabemos que es imposible confundirse. En el 85, el gobierno no permitía que ninguna banda de rock extranjera protagonizara un espectáculo masivo en esta ciudad. La apertura vino un lustro más tarde, en los 90. ¿Qué significa una noche con una oferta tan vasta de artistas internacionales? ¿Que la CDMX es una de las paradas obligadas en el circuito del pop mundial? ¿Que tenemos empresas muy ambiciosas compitiendo en la promoción conciertos? ¿Que aquí hay público para todo? ¿Que las clases medias y altas no escatiman en boletos? Creo que tiene que ver un poco con todo lo anterior.

 

Sobre U2

U2 es una de las bandas favoritas de los mexicanos, a pesar del repudio que sienten los millennials por el grupo. No los culpo, les tocó conocer al Bono más fanfarrón, más santurrón y probablemente no saben que alguna vez fue de los mejores delanteros que tuvo el rock, con una pasión desbordada, con una honestidad demoledora.

El grupo ha dicho en entrevistas que se decidió a hacer una gira conmemorando los 30 años de The Joshua Tree cuando Estados Unidos eligió como presidente a Trump. El álbum fue compuesto en pleno apogeo de Reagan, y sentían que había paralelismos entre ese momento y el actual, otorgando una nueva vida a canciones escritas hace tres décadas. Pusieron temporalmente en el congelador el larga duración que estaban terminando, Songs of Experience, y se embarcaron en un viaje a su pasado, algo que U2 no suele hacer.

El resultado es una gira finísima, sutil, de buen gusto. A pesar de la imponente pantalla que funciona como escenografía, es un show sin excesos. No hay escenario tipo nave espacial. El grupo no baja de un limón gigante. Solo vemos videos hechos para la ocasión por el extraordinario fotógrafo Anton Corbjin. Arrancando con cuatro canciones —de los dos álbumes anteriores— dan un poco de contexto y nos conducen a The Joshua Tree. Lo despachan en orden, sonando mejor que nunca. Después viene el encore, en el que se muestran complacientes con sus más jóvenes entusiastas.

Proyectan la bandera nacional en alta resolución. Suena el “Cielito lindo”. Hay palabras amables para la gente de México. Sentir que el grupo nos quiere es importantísimo para el público. Bono, que nunca deja de ser Bono, lo sabe. Y cierra la noche así, dándole a la gente lo que pide: música llena de melancolía, recuerdos y choro querendón.