Tomas Tranströmer, por @drabasa

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no

lenguaje.

Parto hacia la isla cubierta de nieve.

Lo salvaje no tiene palabras.

¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!

Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.

Lenguaje, pero no palabras.

“De marzo del ‘79”, La plaza salvaje, Tomas Tranströmer

Tomas Tranströmer nació en 1931, recibió el Premio Nobel de Literatura en el 2011 y murió el 26 de marzo de 2015. A lo largo de su vida combinó la escritura de poemas con el ejercicio de su profesión como psicólogo dedicado a tratar a convictos o pacientes con enfermedades mentales serias.

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Como escritor encontró reconocimiento muy pronto. Apenas a los 24 años publicó 17 poemas y fue ampliamente reconocido en su país. Fue un autor prolífico y en constante evolución. Como bien asienta el también poeta y novelista Carlos Pardo en el prólogo a Deshielo a medio día, Tranströmer fue un artista de la contradicción. Por una parte pensaba que el poeta era un estorbo, una presencia que tenía que quitarse del camino para que el acontecimiento o la revelación pudieran surgir sin la necesidad de ser mirados o pensados, pero por otra parte no rehuía a verse a sí mismo sumergido en el verso porque, como dice Pardo, “es el hombre lo que le da su parcialidad, su verdad”, a la experiencia.

Tranströmer transita de una poesía surrealista a una que roza el haiku japonés. Tras sufrir una apoplejía que lo deja paralizado del rostro y sin poder hablar (pero conservando intactas sus capacidades creativas), se dedica a una poesía que se relaciona directamente con la realidad más que intentar describirla.

La monumental antología poética Deshielo a mediodía (Nórdica Libros, 2010), incluye a manera de colofón la bella autobiografía de Tranströmer titulada “Visión de la memoria”. En ella podemos entender cabalmente la relación que el poeta sueco tenía con aspectos centrales en su obra como la memoria, el tiempo perdido y la percepción. Nos lleva de la mano por aquellos momentos definitivos en su niñez que marcaron la forma en la que habría de encarar la existencia. Las imágenes rezuman, los sentimientos palpitan. Poco a poco, detrás del relato de una vida, vemos cómo se forma la voz de un poeta. Una voz que –como el cometa que elije para describir la experiencia de su paso por el mundo– seguirá iluminando a lectores y lectoras, rasgando la oscuridad e invocando un mundo fascinante y fantástico que se esconde ante el observador común y se revela a través de versos como éste: “En los meses sombríos el alma estuvo hundida /         y sin vida / pero el cuerpo iba derecho a ti. / Mugía el cielo nocturno. / Nosotros ordeñábamos a escondidas el cosmos y sobrevivíamos”.

(Diego Rabasa)