#TsunamiMéxico, por @apsantiago

“Ya salieron los tuiteros a hacer la Revolución con sus 140 caracteres”. “México se derrumba ¡y no haces nada!”. “Despierta, no te cruces de brazos ante la injusticia”, “El país se va a la mierda y tú posteando tu rabia en Facebook”. Tras años de leer mensajes donde unos mexicanos reclaman a otros con brisa histérica ser garrapatas cuya pasividad los hace coautores del Apocalipsis nacional, me dije: “¿Por dónde empiezo?”.

En mi película mental compré un fusil automático en Tepito para atacar Palacio Nacional con la misma fiereza con que posó el delegado de Cuajimalpa (metralleta en mano y cara de Rambo). Luego me corregí: “Más sensato es que vayas al módulo de tu diputado y lo persuadas de que trabajar no es tan nauseabundo como cree”. Pero lo imaginé apaciguándome con tres palmaditas en el lomo y un “sí, con todo gusto”, para en cuanto yo me largara cerrar el changarro y con sus cuates gastar mis impuestos en unas húngaras del Solid Gold. La opción 3 fue: “Ahí está la Revolución Poética de la Abrazoterapia -de Eje Central y Av. Madero- que cambia al mundo si abrazas a un mendigo, un oficinista, un organillero, un vendedor de celulares robados”. Como presumí que ese método será algo tardado, me propuse ir a todas-todas las marchas contra el mal gobierno; pero enseguida me desdije: “Marchamos bajo el aguacero o el sol maldito, y ellos, desde sus oficinas, miran la marcha con aire acondicionado, engullendo jamón serrano, roquefort y vino espumoso junto a los muslos desquiciantes de sus asistentes”. Marchar atrae reflectores, pero pocas veces modifica el statu quo.

Los ciudadanos ignoramos cómo transformar al país. No tenemos idea.

En la campaña presidencial, el síndico Justino Carvajal informó al Peje sobre los lazos del precandidato perredista Abarca y el crimen organizado. El tabasqueño nunca le contestó y Justino fue asesinado. Ergo, al menos por omisión el PRD cobijó al ex alcalde de Iguala pese a los indicios de que, al parecer, era narco.

Frente a las tragedias (ABC, San Fernando, Ayotzinapa, Tlatlaya y montones más) denunciamos a gritos a los políticos. Quizá, en el fondo, nuestro corazón tiene fe en que, arrepentidos, dirán un día “¡basta, ya no sobajaré al pueblo!”. Falso: el grueso de los políticos no servirán a su patria aunque nos quedemos afónicos de espetarles “¡hampones, a la hoguera!”.

Quién sabe cómo pueda venir esa “revolución” (con comillas o sin ellas) que empujaría un nuevo México. Pienso que nuestras cabezas, las de ciudadanos, ONG, activistas, intelectuales y periodistas -junto a las hoy ultrapolitizadas redes sociales- deberían convulsionar sus neuronas para articular un avasallador movimiento bien organizado, un tsunami social que huya de los partidos y esboce una vía de salvación que aún no se inventa.

Y que los políticos jamás van a querer inventar.

 

(ANÍBAL SANTIAGO)