Un viejo, un asalto, ¿quiénes somos?

Hace unos días en la avenida Álvaro Obregón de la colonia Roma una chica detuvo su andar. A unos pasos un anciano apoyado en un palo de escoba que le servía de bastón intentaba cruzar la calle sin que ninguno de los vecinos y paseantes se ofreciera a ayudarle.

El viejo, a juzgar por el bastón y la manera trastabillante en la que se conducía, parecía estar ciego. La chica caminó hacia él. Quizá lo tomó del brazo y le dijo: “Vamos, le ayudo a cruzar la calle”. Quizá no dijo nada y en silencio intentó guiar sus pasos al otro lado de la acera.

Lo que sucedió a continuación la desconcertó. La hundió en un súbito estado de aturdimiento. La dejó atónita.

El anciano la asaltó.

“Me hubiera gustado que al menos me dijera: ‘guárdame este fierro’, pero no. Maldito anciano”, se desahogó Aline Salazar con sus amigos, desde su cuenta de Twitter.

Era 14 de febrero, día del amor y la amistad.

Pudo ser 29 de abril, 16 de junio o 31 de diciembre.  Las cosas sombrías –la mala fe, la maldad, lo siniestro– no requieren días ni espacios precisos. Pueden presentarse en cualquier lugar, en cualquier momento.

Sobrepuesta al incidente, Aline se preguntó lo que nos preguntamos todos, todo el tiempo, ante circunstancias semejantes:

¿Por qué?

Una pregunta necesaria cuando sucede algo que toca el fondo de ciertas cuestiones, porque tiene que ver con lo que somos como sociedad, con la posibilidad de creer o no creer en las personas; con las condiciones mínimas de civilidad y respeto al prójimo y a la vida de los demás.

Pero claro, todo eso abre también la oportunidad de hacerse otras preguntas necesarias.

¿Qué lleva a un anciano a tomar por asalto a quien le ayuda? ¿Qué situación extrema le lleva a actuar así? ¿Qué hace el conjunto de una sociedad para impedir que la vida de las personas se enfrente a un callejón sin salida?

La actitud del anciano es desde luego lamentable, vergonzosa, reprobable. ¿Quién podría desde la razón decir que está bien asaltar a quien te ha ofrecido una mano? Pero esa consideración no anula la posibilidad de reflexionar sobre situaciones que oscilan sobre una sociedad todo el tiempo.

Y en la nuestra el sol sale con una fuerza cegadora para unos cuantos y es apenas un atisbo de luz entre las tinieblas en las que viven millones.

¿El viejo asaltante del bastón habrá visto las fotografías de la casa blanca de la familia Peña? ¿Se habrá enterado que Raúl Salinas fue exonerado y paseó su inmunidad en un auto de 2.3 millones de pesos? ¿Habrá leído que José Murat y su familia poseen un condominio en un multimillonario rascacielos neoyorquino?

Es muy posible que no. Que su propio infierno cotidiano –el infierno de millones– le haya llevado a hacer mal a quien quiso hacerle un bien.