Una fosa por cada hijo te dio, por @Monocordio

Habría que adaptar el Himno Nacional a los nuevos tiempos. O habría que ponernos a llorar porque este país se está mudando al subsuelo.

Créanme que quisiera hablar de otra cosa, fingir demencia, hacer como que la virgen me habla, pero no se puede. Nadie en este momento que tenga una pluma, un micrófono o una cámara debería quitar el dedo del renglón. Nadie que tenga una voz que se pueda escuchar debería hablar de otra cosa que no sea de los estudiantes de Ayotzinapa y de las personas que día a día siguen “desapareciendo” y de los cadáveres que siguen apareciendo en fosas donde buscaban otros cadáveres.

Lo que sucede en México me recuerda un perturbador cuento de Etgar Keret en el que un mago de fiestas infantiles empieza a sacar de su sombrero cosas terribles, cosas que ni él mismo podía imaginar que iban a salir de ese agujero oscuro y siniestro. Poco a poco el mago fue sintiendo pánico de meter la mano por miedo a lo que pudiera salir de las entrañas del sombrero que nunca era lo que él había ocultado en un inicio como parte del show.

Buscamos a los normalistas, el gobierno mete su mano sucia al sombrero, pero en su búsqueda aparecen muchos cadáveres más, huérfanos de una historia que nos explique por qué están ahí, quién los mató y por qué lo hizo. Despojados de toda posibilidad de justicia, despojados hasta de la posibilidad de que sus familias les lleven una flor a su sepulcro.

Y no sé ustedes, pero a mí me empieza a dar la impresión de que en este país, bajo tierra, hay más muertos que petróleo. Yacimientos de personas asesinadas en cada estado de la República, pero a diferencia del petróleo, al gobierno y a los criminales no les interesa sacar a esos muertos ni hacer justicia, ni pedir ayuda al extranjero como con los yacimientos de petróleo, sino en todo caso echarles más tierra encima. Acallar o asesinar a los activistas como Atilano Román, líder de campesinos desplazados por la construcción de una presa en Sinaloa, asesinado en una cabina de radio mientras hacía su programa “Aquí es mi Tierra”. Acallar, agredir o asesinar a los periodistas que informan y denuncian, como a Karla Silva, joven periodista golpeada brutalmente en la propia redacción de su periódico, en Guanajuato; e incluso acallar o asesinar a quienes desde las redes sociales intentan contribuir con información, como sucedió con la Dra. María del Rosario Fuentes, asesinada en Tamaulipas por el crimen organizado.

Qué vergüenza me dan todos esos políticos que tratan de dispersar la atención convocando a luchar por asuntos menos urgentes. Llamar a defender el petróleo teniendo 43 jóvenes “desaparecidos” y una ola de violencia como la que estamos viviendo es de una mezquindad inaudita. Qué vergüenza me dan los periodistas que prefieren mirar para otro lado desoyendo su mayor responsabilidad social, así como esos expertos en “minimizar los costos” para el gobierno federal y los gobiernos locales que se llenan las bolsas de dinero tratando de hacer que esta situación que vivimos no parezca tan grave –ya si no ante nuestros ojos incrédulos–, por lo menos para los capitales extranjeros. Qué vergüenza me dan los cobardes asesinos y autoridades coludidas que sueñan con hacer de este país una fosa común. Qué vergüenza me da nuestra apatía, nuestro silencio, nuestro dolor inmóvil.

Este es el país que el presidente Peña Nieto presumía estar “Salvando” hace algunos meses. El país donde nomás le escarbas tantito y la muerte, la violencia y la impunidad salen a flote, mientras el dolor se hace cada vez más profundo. La Patria vestida de Catrina que una fosa por cada hijo nos dio.

(FERNANDO RIVERA CALDERÓN / @monocordio)