‘Vacaciones escolares. ¡Viva la vida!’, por Guadalupe Nettel

Aunque no es una escuela hippie ni especialmente progresista —como aquella a la que me enviaban a mí— en el colegio de mis hijos abundan las vacaciones. Este verano, por ejemplo, salieron de clases dos semanas antes que el resto de los alumnos y en vez de volver en agosto, el regreso será en septiembre.

Mi hijo de tres años se enfermó del estómago y se despierta llorando por la noche. Además la chica que me ayuda en casa tuvo, por motivos de fuerza mayor, que viajar a su pueblo, condenándome así a un edificante baño de realidad. Desde entonces paso la mayoría del tiempo encadena a la aspiradora, a la estufa y al fregadero. Mis salidas son al banco para pagar las facturas y al mercado para comprar comida. La vida de ama de casa no me molestaría en absoluto si la económica estuviera resuelta. Pero no es el caso.

En la bandeja de entrada de mi correo electrónico me espera una pila de e-mails de trabajo por responder, algunos incluso por abrir. Pero lo peor es la frustración de los niños que con la misma frecuencia con la que entran los mensajes de trabajo, gritan desde la sala o desde su habitación que se aburren y que organice alguna actividad para que se diviertan. Las vacaciones, me temo, se inventaron para que uno aprecie la escuela y no ceda a la tentación de educar a sus hijos por sí mismo. Por cierto, en estos días no he dejado de pensar en aquellos de mis amigos que eligieron ese modelo de vida. Apenas terminaron la facultad, se retiraron al campo, cultivan sus verduras y proporcionan a sus hijos la educación que exige la SEP. ¿Cómo se organizan?

Cuando logro terminar a tiempo las labores domésticas, me dedico a satisfacer la demanda de mis hijos de tres y cinco años. Pero la cosa no es tan sencilla. Han dibujado, han visto televisión y películas toda la mañana mientras su madre lavaba los platos y su ropa, tendía sus camas y levantaba el sembradío de juguetes esparcidos por el suelo. Necesitan salir.

Me asomo a la ventana y veo que está a punto de caer un aguacero. Me digo que para que realmente fueran de verano, las vacaciones deberían de ocurrir en abril y mayo. No en la época de las inundaciones, los ciclones y la lluvia. Las opciones se limitan aún más: quedan descartados el parque, los areneros, la feria y los juegos al aire libre que también por la mañana están llenos de agua.

El cine es demasiado parecido a la pantalla de la tele… Me quedan los museos (el del Papalote les fascina pero lo conocen de memoria), las estancias infantiles: recomiendo en particular una llamada La Matatena, situada en el camino al desierto de los leones. Tiene juegos tanto de exterior (barco pirata, tirolesa, casa de muñecas) como de interior (alberca de pelota, clases de cocina, pintura y una gran cancha cubierta de futbol). Hay también una cafetería para que los padres se tomen un respiro, en el caso —muy poco probable— de que lo necesiten. Me han hablado también del acuario de la colonia Irrigación, de las actividades que organiza el FCE y, de los cursos de verano cuya oferta me resulta apabullante. Tendré que analizarla bien y organizarme.

Por el momento, en cuanto tenga un segundo, me meteré en la cama pues mi máxima aspiración es poder, finalmente y aunque sea por pocas horas, ponerme a dormir.

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 (GUADALUPE NETTEL / [email protected])