“Ambulantes SA de CV”, por Alejandro Almazán

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 Hay veces que vale la pena vivir esta vida cuando te cruzas con mujeres como Angélica. No voy a hablarles de ella, por supuesto, pero sí de su creencia que tenía hasta hace unas horas: que el centro de Bogotá era parecido al de la Ciudad de México. Le dije que la arquitectura, el gentío y el número de holgazanes vagabundeando nos hacía siameses. La diferencia, sin embargo, radicaba en los ambulantes.

El De Efe es un gran mercado y Bogotá es una ciudad, quise resumirle porque yo quería conocerla, pero Angélica, finalmente socióloga, me pidió que le contara más.

Entonces le platiqué que los líderes de ambulantes siempre han sostenido una relación perversa con nuestros jefes de gobierno. Los ambulantes significan votos, le dije a Angélica y ella comenzó a comprenderlo todo: si bien en Colombia hay corrupción, no tiene a una Alejandra Barrios, a una Benita Chavarría, a un Pablo Romero, a un José Gutiérrez o a un Sánchez Rico que le cobra con metros cuadrados a la izquierda. También le conté de cómo el ex alcalde Marcelo Ebrard sólo guardó la basura debajo de la alfombra. Pero ha ganado premios, ¿cierto?, me dijo Angélica. Sí, le respondí, Y creo que debería regresarlos.

Ella me miró como si yo le guardara rencor a Marcelo, así que no me quedó de otra que contarle que Marcelo es mi vecino. Le dije que a dos calles, Marcelo vive frente a un parque donde el hipster lleva a sus perros a cagar, que los únicos ambulantes son los que venden elotes y raspados; que duerme tranquilo, pues.

Nosotros, en cambio, tenemos que soportar al de la birria, al de los jugos, a la doñita enojona de las tortas de queso de puerco, al de los tacos de guisado que nunca se lava las manos, al de las quesadillas, al gruñón de la papas con chile… Pero sobre todo a los gritones que venden carnitas (vieran cómo hacen la salsa, vieran cómo el aceite que usan parece hervir desde hace siglos) y al tipo de los celulares.

Ay papi, ¿el de los celulares qué daño puede hacer?, me dijo Angélica con ese su acentico colombiano que me desarmó y yo le conté la larga historia de que el de los celulares se robó a mi perro. Después de eso, le enumeré todos los trámites burocráticos a los que hemos recurrido los vecinos: oficios al delegado, a Andrés Manuel, al nuevo delegado, a Marcelo, al otro delegado e incluso le dije que fui a sentarme con René Bejarano, pero que ni el diablo nos ayudó (todo esto, claro, siempre requirió un curso intensivo de Política Chilanga 1, 2 y 3).

¿Y el nuevo alcalde no los puede ayudar?, me preguntó. Mancera está más preocupado por caerle bien al güey que es dizque nuestro presidente, le contesté. Al final, Angélica y yo comimos una arepa en estadio de los Millonarios. Desde ahí, la Ciudad de México parecía la metrópoli más sucia del mundo.

¡Anímate y opina!

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*Estudió comunicación en la UNAM. Ha colaborado en Reforma, Milenio y El Universal y el semanario Emeequis. Es tres veces Premio Nacional de Periodismo en Crónica. Autor de Gumaro de Dios, el caníbal, Placa 36, Entre Perros y El más buscado.

(Alejandro Almazán)