“El encogimiento del alma”, por @DRabasa

[A]l hacer uso [de las posesiones materiales], el hombre debe tener cuidado de protegerse frente a la tiranía [de ellas].
Si su debilidad lo empequeñece hasta poder ajustarse al tamaño de su disfraz exterior,
comienza un proceso de suicidio gradual por encogimiento del alma.
Rabindranath Tagore

La atroz distribución de la riqueza, un mal que hace unas décadas era exclusivo de los países que comparten la maldición de la herencia colonial (tomo prestado el término del periodista norteamericano Jon Lee Anderson), es ya un problema mundial.

Ahora que la enseñanza vuelve a estar en el ojo del huracán de la política nacional, sería un buen momento para preguntarnos qué tanto, la educación que se imparte en México, es responsable de promover esta disparidad que está llevando a nuestra sociedad al borde del quiebre.

Además del inmenso problema que supone que varios millones de mexicanos no tengan acceso a educación en absoluto, el tipo de educación que recibimos constituye otro enorme motivo de preocupación. La obsesión con rentabilizar el conocimiento –medir el valor de la instrucción académica en términos de cuánto dinero podremos obtener por ella en el mercado laboral– constituye un serio drama nacional. Uno que según la socióloga y filósofa norteamericana Martha Nussbaum, ganadora del premio Príncipe de Asturias el año pasado, incluso amenaza los fundamentos mismos de la democracia.

En su libro Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, Nussbaum hace un recorrido por las tendencias educativas de las principales potencias de occidente y de la India (para ejemplificar que estas tendencias ocurren también en “países emergentes”) y muestra como las autoridades educativas de los más altos niveles perciben a las humanidades como un adorno epistemológico prescindible.

Con enorme inteligencia y sensibilidad, Nussbaum advierte que esta noción no podría estar más equivocada. Los graves problemas que existen en el reparto de la riqueza de los países tienen mucho que ver con la falta de ciudadanos con un pensamiento crítico, que les permita entender sus obligaciones como miembros de una comunidad y pensar en el beneficio colectivo, ya no digamos por encima del propio, sino tan solo como una categoría que ponga límite a sus ambiciones personales.

En México hace varios años que la Filosofía dejó de pertenecer a los planes de estudio oficiales. La instrucción artística, musical o literaria es prácticamente nula. Y de la mano con esta falta de exposición de nuestros ciudadanos a las humanidades, vemos un país polarizado, intolerante y violento que ha hecho de la segregación y la marginación dos variables constantes en su proyecto de nación.

Quizá junto con todo el aquelarre de la reforma educativa convendría echar una mirada a las prioridades de enseñanza para los ciudadanos de nuestro país. El libro de Nussbaum es un excelente punto de partida.

¡Anímate y Opina!

*Diego Rabasa es parte del consejo editorial de Sexto Piso y del semanario capitalino La Semana de Frente.

(DIEGO RABASA)