“Héroes para nuestros morros”, por @APSantiago

“Le trabajaba a un muchacho que le decían ‘El Güero’ o ‘El Díler’. Por vender globos de cristal, chiva y mota me pagaba 10 pesos”. De acuerdo, pensé con el semanario Zeta en mis manos y mis ojos en el segundo párrafo: un delincuente más, un narcotraficante más, un detenido más que declaraba ante el Ministerio Público. Pero sentí que había iniciado la lectura desconcentrado. Por eso volví a la entrada del reportaje: “para poder mantenerme (…) esto lo hago desde que tenía seis o siete años”, declaró El Morro a los judiciales. Sí: desde los seis o siete años.

Un chiquilín de Tijuana que debía usar las calles para jugar con sus cuates, las usaba pero para vender droga. Necesitaba comer. Punto.

La investigación firmada por Cristian Torres y Rosario Mosso aporta unos datos más: cuando fue capturado, El Morro vivía en la Colonia Obrera con sus abuelos, su novia, y la madre de ésta, quien también “formaba parte de las bocas que mantenía el joven de 16 años vendiendo droga”. ¿Querías un retrato de México? Ahí lo tienes.

¿Quién es aquí el delincuente? ¿Es El Morro? ¿O alguien más? ¿O es ese ente fantasmagórico que representan seres de corbata, mancuernillas y escoltas que succionan hasta convulsionarse la teta de los recursos públicos para construirse castillos de Disney en medio de sus ciudades en ruinas, o para atestiguar desde su asoleadero en Isla del Padre cómo agonizan los niños de su patria?

¿Cuál es el delincuente organizado? ¿El pequeño que para sobrevivir vende estupefacientes a personas enfermas que lo necesitan porque si no se mueren? ¿O el delincuente organizado es otro, el que hizo una campaña política, fue adquiriendo fama, contribuyó al desastre y ahora observa con ataques orgásmicos cómo se reproduce su imagen de hombre serio y justo en la TV?

La clase política nos viola tanto, de manera tan salvaje e impúdica, que uno, aunque no lo comparta (pues también es violencia), comprende que pululen grupos “anarquistas” que dicen recoger el sollozo social de “¿hasta cuándo? y el grito desesperado para destruir el sistema.

¿Por qué? Porque este sistema trafica niños para que se prostituyan, para que sus órganos vayan a dar a quién sabe dónde, para que sean ultrajados en portales pornográficos. Porque en este sistema los niños mueren quemados o asfixiados en las guarderías. Porque en este sistema los niños están hambrientos. Porque en este sistema los niños son abusados sexualmente por miembros de una iglesia -muy bien organizada, por cierto- que delinque.

Es conmovedor ver lo que cada día hacen Daniel Gershenson, Rosi Orozco, Alejandro Martí o los otros activistas sociales sin exposición pública que combaten a la atrocidad y a los canallas. Y entonces pienso que no todo está perdido. Que los mexicanos no estamos renunciando a lo irrenunciable: acabar con el mal que ha destruido al Morro y a tantos otros miles de morros.

No se divisan otras soluciones. Quizá la única es que, como esos activistas y del modo que sea, todos nos vayamos volviendo héroes.

 ¡Anímate y opina!

Aníbal Santiago en sus inicios fue reportero de Reforma y otros diarios, y después pasó a escribir en revistas como Chilango, Esquire o Emeequis, en la que hoy hace periodismo narrativo. Ha sido profesor universitario y conductor de televisión. Premio Nacional de Periodismo 2007.

(ANÍBAL SANTIAGO)