“Hilito de sangre”, por @APSantiago

Diplomático y cortés, el directivo-periodista nos invitó a sentarnos en la mesa de juntas a los seis mozalbetes que, contratados ese mismo lunes, ya éramos parte de su periódico. Miró lentamente a cada reportero debutante como para confirmar nuestra inocente ilusión, y con una sonrisita pícara nos dio la bienvenida: “Desde ahora toda su vida ocurrirá aquí. Olvídense de vivir”. Nadie respondió: dóciles soldaditos, acatamos contentos el anuncio de nuestros destinos.

Ese hombre, hasta hoy un excelente periodista, no soltó semejante augurio como una amenaza. Él vivía por y para la oficina en turnos desde la mañana a la madrugada siguiente, y no habría sido raro que un día se pusiera el pijama y desplegara una colchoneta junto a su escritorio. Sus palabras derramaban verdad: desde 1997 y por más de un lustro, mi vida -como la de tantos editores, reporteros y fotógrafos- ocurrió en esa redacción.

Siete años después me fui a vivir a Montreal para organizar el área editorial de la revista Immigrant. En mi primer día de trabajo llegué a las 9 am, laboré ante la PC toda la mañana, continué por la tarde y aunque en punto de las 5 pm vi que todos mis colegas huían como si sonara la chicharra del recreo, seguí el dictado de mis reflejos: trabajar indefinidamente.

De pronto, se apagaron las luces. Mi jefa salía de su oficina para volver a casa. Me miró extrañada, como si le estuviera robando algo:

– ¿Qué haces aquí?-, me preguntó.

– Trabajando.

– No, ya son las 6 pm. Vete, por favor.

Al otro día salí del trabajo (ahora sí en punto de las 5) y en una caminata por la soleada Rue de Verdun, Lydia, una compañera, me explicó: “En Canadá las empresas buscan que sus empleados vayan al cine, paseen con la familia, hagan deporte, lean, tomen cerveza con amigos. Están convencidas de que las personas con tiempo libre rinden más en el empleo porque son más felices”.

En México las empresas suelen operar a la inversa: “Exprime al empleado hasta la última gota: hazlo trabajar a deshoras, prohíbele irse antes que el jefe, repréndelo si se va apenas acaba su turno, convéncelo de que siempre hay chamba por adelantar. No importa que sea infeliz”. ¿Tu premio? Vacaciones de una semana por un año trabajado y otro día por cada año extra, cuando en Alemania tendrías 45 días para mochilear en Kuala Lumpur si así te place.

Esta semana, la OCDE presentó el Índice para una Vida Mejor. Los resultados son alucinantes: los mexicanos no sólo somos pobres, tenemos escasa educación y sufrimos inseguridad. También trabajamos 500 horas más por año que los habitantes de los otros 33 países del organismo, y pese a ello, somos los más felices. No no no, esperen: los mexicanos decimos que somos los más felices, que no es lo mismo que serlo.

Quizá son tantos los palos laborales que nos han tumbado los dientes, tronado los huesos y quebrado el cráneo, que con un hilito de sangre chorreando por la boca y la mente nublada ya sólo atinamos a decir: “Qué feliz soy”.

¡Anímate y opina!

*Aníbal Santiago en sus inicios fue reportero de Reforma y otros diarios, y después pasó a escribir en revistas como Chilango, Esquire o Emeequis, en la que hoy hace periodismo narrativo. Ha sido profesor universitario y conductor de televisión. Premio Nacional de Periodismo 2007.
(ANÍBAL SANTIAGO)