Las milongas públicas y los aires del tango en la CDMX

Los asistentes al foro ‘Hermanos Soler’ se ven contentos, afectuosos. Esta noche ríen y platican, pero sólo por ratos; la mayor parte del tiempo bailan abrazados, como lo hacen cada viernes en este punto del Parque ‘Francisco Villa’, popularmente conocido como Parque de Los Venados. Esta ocasión los bailarines se han dado cita para celebrar lo que en Argentina es el Día Nacional del Tango (11 de diciembre) y que, por excelencia, se extiende a todos los rincones del planeta a los cuales ha llegado este género musical.

Para aprovechar el marco conmemorativo del Día Nacional del Tango, los bailarines mexicanos decidieron organizar, en este lugar de la delegación Benito Juárez, el Segundo Encuentro de Milongas de la Calle. En la pista al aire libre, se puede ver a los ‘representantes’ de los diversos espacios públicos de la ciudad donde se baila este género musical: aquí están los del Parque México, Nápoles, Mixcoac, Xola-Moderna, Parque de los Periodistas, la Milonguita de la Alameda Central, La Porteña y la Facultad de Ciencias de la UNAM.

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Actualmente, el tango reúne a decenas de parejas en distintos sitios de la capital, ya sean al aire libre o techados, a lo largo de toda la semana. En esos lugares se llevan a cabo las milongas, es decir, los encuentros sociales a los que van los tangueros para disfrutar de las melodías que tocaban las grandes orquestas argentinas en la primera mitad del siglo pasado.

LAS MILONGAS

“Existen muchos estilos del tango, pero hay que distinguir dos variantes principales: una es el tango de escenario, el que se ve en los espectáculos y se caracteriza por sus movimientos con alta carga escénica, pues su función consiste en deleitar a un público espectador; la otra es el tango de salón o social, aquel que las personas practican en las milongas, con movimientos más discretos, principalmente caminando con la música y en el que comparten espacio con otras parejas”, explica Miguel García, coordinador del Comité de Promoción Cultural de la asociación mexicana Tango para Todos e instructor de baile en la milonga pública Xola-Moderna.

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Hay quienes piensan que el tango como baile es para personas de edad avanzada, pero la realidad es otra, platica Miguel. Él mismo es un claro ejemplo, pues tiene 28 años y desde hace aproximadamente ocho ha estado ligado a este género. Comenta que en las milongas es común ver a “muchos chavos, incluso podría decirse que hay más jóvenes que personas adultas”.

Para Mónica Blanco, la encargada de organizar actualmente la milonga pública de Mixcoac en la Casa de Cultura Juan Rulfo, una de las razones por las que resultó inminente y necesaria la difusión del tango en nuevos espacios fue precisamente el gusto que cada vez más jóvenes comenzaron mostrar por el género musical.

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Tiempo después de que el bar El Arrabalero –al que muchos consideran el primer lugar donde se estableció de fijo una milonga en la capital del país– abriera sus puertas en 1995 a una pequeña comunidad de tangueros en México, varios jóvenes se daban cita en él, aunque para muchos resultaba complicado pagar la entrada al mismo, más aún el consumo de alimentos y bebidas. “Era común ver a muchos jóvenes que llegaban a las dos de la mañana para no pagar el cover de los restaurantes”, recuerda ‘Mona’.

Años más tarde, un grupo de tangueros –entre ellos ‘Mona’, Alfredo Andrade, Gonzalo González, Paco ‘El Milonguero’ y Jorge Bartolucci, presidente de la recientemente creada asociación Tango para Todos– tuvo la iniciativa de crear la que, aseguran, fue la primera milonga pública de la ciudad: la del Parque México. Ahí comenzaron a recibir a cualquier persona, sin que los visitantes tuvieran que dar ningún tipo de retribución económica.

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En el mundo del tango existen dos tipos de milongas: las privadas y las públicas. Mientras que las primeras se realizan en lugares cerrados como restaurantes y salones de baile, en los que se tiene que pagar el acceso, las segundas se realizan principalmente en espacios al aire libre, sin ninguna cuota fija; se sostienen con aportaciones voluntarias de los participantes.

La palabra milonga también tiene otras acepciones, como la que se refiere a la composición musical que se baila durante las reuniones sociales de tango, distinta por su ritmo vivo a las melodías nostálgicas del tango.

UN, DOS, TRES… OCHO

En uno de los costados del Teatro Lindbergh, en medio de las pérgolas que delimitan este emblemático recinto de la colonia Condesa, se ve a un grupo de personas reunido. Ahí, apartados de los niños que juegan “cascaritas” en la explanada, jóvenes y adultos siguen los pasos que les van marcando sus instructores. Los decibeles que salen de una pequeña bocina se pierden en la inmensidad de aquel espacio. Parecen sencillos los movimientos para quienes los enseñan, pero no tanto para los pupilos que van los domingos al Parque México, uno de los tantos lugares de la capital donde se respiran los aires porteños del tango.

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Desde hace aproximadamente nueve años, Consuelo Conde y Jorge Amador son los organizadores de la milonga del Parque México. Lo primero que muestran a quienes asisten a sus clases gratuitas es una caminata sencilla en sentido inverso a las manecillas del reloj, con el pecho erguido y arrastrando los pies para captar el ritmo de la música y marcar los pasos. Luego forman dos hileras de parejas: una de hombres y otra de mujeres; éstas caminan hacia atrás, al tiempo que aquellos lo hacen hacia el frente. Poco a poco las pruebas se van complicando. El paso básico es una cadena de ocho movimientos en la que los alumnos se concentran.

Es muy variable el tiempo que tardan las personas en aprender tango. Como en cualquier disciplina, comenta Consuelo, todo depende de la dedicación que se le otorgue. Todos los domingos recibe alumnos, aunque la inconstancia está presente en muchos de ellos. “Hay personas que vienen una, dos o tres clases y dejan de venir”, platica la instructora.

ENCUENTRO SOCIAL

Al término de la clase impartida por Consuelo y Jorge, unas personas se van y otras llegan. Algunos alumnos se quedan para seguir bailando y ver a los más experimentados, quienes comienzan a arribar aproximadamente desde las siete de la noche a la milonga del Parque México, la milonga pública más vieja de la ciudad y de todo el país. Casi todos se conocen. Sonrisas y abrazos efusivos saltan a la vista en cada recibimiento. Lo mismo se puede ver a señoras y señores que rebasan los 70 años de edad que a jóvenes que rondan los 20. De vez en cuando también se dan cita los organizadores de otras milongas de la capital.

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En cuanto suenan los primeros compases, las parejas comienzan a formarse. Los hombres son los que regularmente tienen la iniciativa, ya sea extendiendo la mano a la mujer, o bien, invitándola al más puro estilo porteño: con el “cabeceo”, un ligero movimiento con la cabeza que apunta hacia la pista de baile.

No para todos es fácil sacar a bailar a alguien. A muchos les invade la pena. Para Andrés, por ejemplo, uno de los asistentes a la milonga del parque y con diez años de haber iniciado en el tango, aprender este género no fue sencillo y menos aún animarse a participar en las milongas: “Me tardé año y medio en atreverme a bailar con una mujer que no conociera”, comenta con desenfado sobre su pasado. Ahora, en cambio, se le ve bailando firme y seguro en la pista.

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Los milongueros forman un círculo por el que avanzan en sentido inverso a las manecillas del reloj. La música suena por tandas de tres o cuatro canciones; en ese lapso se baila con una misma pareja. El fragmento de una canción de cualquier otro género musical (cortinilla) indica el fin de cada tanda y es hasta ese momento que se intercambian los compañeros de baile.

El atuendo en este lugar es informal, no como el que dicta el estereotipo de los trajes y los vestidos con el que se ve a bailarines profesionales en una exhibición. La única diferencia entre la vestimenta de quienes asisten a la clase y quienes van a la milonga es que, para esto último, ya hay más mujeres que optan por los tacones y hombres con zapatos de gamuza y charol.

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Aún con luz natural, los faroles del parque comienzan a encenderse. Su tenue resplandor adereza el ambiente de tranquilidad y romanticismo. Cada mancuerna va a su propio paso, siempre hasta donde su técnica se los permite. Se les ve caminar suavemente, con los cuerpos enlazados en un abrazo perenne. De pronto aparecen pasos más sofisticados: ganchos, traspiés, giros, volcadas, entre otros adornos que hacen lucir más el baile.

EL EMPUJÓN AL TANGO

Mónica Blanco y Jorge Bartolucci llegaron hace aproximadamente 38 años a México procedentes de Argentina, época en la que este baile comenzaba a tener un nuevo brío no sólo en esa nación sudamericana sino en todo el mundo.

Bartolucci comenta que la etapa dorada del tango, representada a mediados del siglo XX por grandes músicos y bailarines, tuvo un declive, debido, entre otras cosas, a diferentes movimientos socio-culturales y políticos como la dictadura argentina, los hippies y el rock and roll de los años 60 y 70. Fue hasta mediados de los 80 que comenzó el resurgimiento del baile porteño, con destacados y renovados exponentes.

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En el marco de ese nuevo despertar del tango, Bartolucci y su ex pareja, Mónica Blanco, entre otras personas, organizaron la que ellos consideran la primera milonga en México bajo el auspicio de la Embajada de Argentina. Era el año 1992. En ese entonces se reunieron unos 20 bailarines, un grupo compacto, nada comparado con la cantidad de personas que ahora pueden verse en algunos encuentros sociales que llegan a concentrar a más de 100 asistentes.

Años antes, Jorge y ‘Mona’ ya se dedicaban a impartir clases, incluso, señalan, apostaron por un nuevo estilo de enseñanza, más libre, distinto al sistema que los pocos instructores que había en ese entonces en nuestro país solían implementar. “Los maestros que empezaron dar clases antes que nosotros, creaban rutinas y se las transmitían a sus alumnos. Aprendían a bailar con rutinas prefabricadas. Mónica y yo enseñamos a improvisar, fue un punto de ruptura en la forma de enseñar el tango”, comenta el también académico de la UNAM.

Para quienes platican acerca de la historia del tango en la Ciudad de México resulta inevitable referirse a Esther Soler, cantante y bailarina argentina que desde antes de que llegaran Jorge Bartolucci y Mónica Blanco a la capital, ya llevaba varios años enseñando a bailar el tango.

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Soler llegó a la capital en marzo de 1960, como parte de la compañía de tango que dirigía el músico y compositor argentino Mariano Mores. Después de cumplir un contrato de seis meses, esta bailarina, a petición de Emilio Azcárraga Vidaurreta, se quedó en la Ciudad de México para poner las coreografías en diversos programas de Telesistema Mexicano (hoy Televisa).

“En los años 60, ya había una milonga en el Centro Veracruzano, en la calle Belisario Domínguez. Ahí se reunía la gente todos los jueves para bailar. Eran unos 40 los que iban y también se hablaba mucho de tango, aunque no de forma tan documentada como ‘Los muchachos de antes’ o los miembros de la Academia Mexicana de Tango, quienes sí tenían un mayor conocimiento de este género musical”, recuerda.

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En esos años, a pesar del intercambio cultural y artístico que existía entre México y Argentina –Soler pone como ejemplo los casos de Jorge Negrete, Libertad Lamarque o Pedro Vargas como representantes de ese “ir y venir” entre ambas naciones–, era complicada la enseñanza y difusión del tango, y por eso hace mención especial a quienes también estuvieron antes que ella dando clases en la capital (los maestros mexicanos Scartín y Romero) o bien hablando de tango en la radio (el conductor Antonio Alburquerque).

“Cuando empecé a dar clases le puse bases a lo que antes de mí enseñaban otros, porque es muy complicado enseñar sin bases. Yo tenía un método. Después llegaron otros maestros con otros formas de enseñar y muchos alumnos se fueron y otros llegaron… Pero así comenzó el tango, y hay que recordar que el tango no sólo es baile, también es identidad”, concluye Soler.

(Fotos: Alfredo Boc, Lulú Urdapilleta, Youtube, Facebook)