UNAM, 13 días de “encapuchado”

Al principio fueron 12 y conforme pasaron los días se sumaron otros cinco, hasta ser 17 los jóvenes “encapuchados” que mantuvieron tomado la Torre de Rectoría de la UNAM por 13 días.

Todos afirmaban ser estudiantes del CCH-Naucalpan, pero no todos tenían credencial. Eran adolescentes, con cuerpos menudos y delgados, de estatura media y con una preocupación que se reflejaba en los ojos: compartían esa mirada de los “niños” que están conscientes que hicieron algo mal y las consecuencias serán graves.

Desde el inicio de la “ocupación” de la Rectoría de la UNAM, los “encapuchados” manifestaron un “ideal” con propuestas mal argumentadas, pero con apertura al diálogo.

Sin embargo, con el arribo de integrantes externos, los “encapuchados” comenzaron a cambiar de actitud.

La ayuda “externa”

El lunes 22 de abril, a tres días de la toma de Rectoría, un grupo de estudiantes de la UACM liderados por Uriel Sandoval -quien saltó a la “fama” por perder un ojo durante los disturbios del pasado 1 de diciembre- llegaron a CU para reunirse con los “encapuchados”.

“Vino a darnos ánimo, nos dio recomendaciones para no ceder a los reclamos de los que estudian aquí en CU y sugirió que fuéramos más radicales. Nos ofreció ayuda, dijo que nos podía mandar a sus ‘valedores’ para cualquier problema”, cuenta “El Gaby” después de la reunión con el grupo de la UACM, en la que también se convirtió en el vocero de los “encapuchados”.

El martes 23 de abril, la comitiva creció: de 12 pasaron a ser 17 “encapuchados”.

Los nuevos compañeros eran más altos, fornidos y agresivos en sus palabras.

“Fueron los refuerzos enviados desde la UACM y de un grupo anarquista”, confiesa el vocero.

Con la llegada de los nuevos integrantes, también se modificó la estrategia de los “encapuchados”: se montó el cerco en la entrada de Rectoría, y se comenzó a interactuar con estudiantes en las facultades para convencerlos que el culpable de todo era el rector de la UNAM, José Narro.

Noches “encapuchadas”

Los rondines nocturnos en los “centros de control” alrededor de CU eran exhaustivos y precisos.

Debían estar alertas para un posible operativo policial contra el plantón.

Teresa, alumna del CCH Naucalpan, fue la encargada de dirigir las tres cuadrillas que vigilaban CU desde las sombras.

“Es una responsabilidad complicada, al principio me daba miedo, por la policía y los golpes, pero después se siente bonito tener esas decisiones de ‘tú vete para acá, o cámbiate y cuida bien aquí´”.

Durante la noche, con la luz de la fogata improvisada en la explanada de Rectoría, se contaban todo tipo de historias: románticas, escolares, familiares, culinarias, de sueños, y hasta sexuales.

Las conversaciones terminaban ya entrada la madrugada.

Mucha comida, no tanta higiene

Los baños de la Facultad de Filosofía y Letras fueron los preferidos de los encapuchados.

Cuando esos sanitarios no estaban disponibles, los alrededores del estadio México 68 se convirtieron en “baños” emergentes.

“Si te anda del baño me avisas, yo te llevo acá al estadio, nos cruzamos Insurgentes y te echo aguas: ya sabemos a dónde ir para que no haya broncas”, me dice Aníbal, un chico de 20 años, aficionado al ajedrez.

La precaria situación para los asuntos sanitarios contrastaba con las generosas raciones de comida que otros compañeros donaban: hubo sándwiches, tortas, hamburguesas y, en ocasiones, sopa y arroz.

“No sé si damos lástima, pero en ese aspecto sí hemos visto mucho apoyo”, considera Aníbal.

-¿Sus papás qué les dicen sobre esta aventura? -Obviamente no nos apoyan tanto, nos dicen que mejor nos pongamos a estudiar, que estamos influenciados.

Tal vez sí, pero luchamos por nuestros ideales y no nos arrepentimos.

(DAVID RODRÍGUEZ)