Armarios de nieve

La limonada con cubitos de hielo es un placer que democratizó la modernidad. Antes del siglo XIX las técnicas de refrigeración se limitaban a la construcción de alacenas o cámaras aisladas donde se almacenaban grandes cantidades de nieve. A pesar de las limitaciones —a lo largo de la historia— el hombre se las arregló para enfriar sus brebajes y gozar la frescura de los licores escarchados: ya en el siglo V a.C., en la ciudad de Atenas, existían dispendios de nieve; Marco Polo cuenta en sus viajes que el Kublai Khan lo invitó a probar leche granizada; y se sabe que los califas de la península ibérica hacían traer bloques de hielo desde los Pirineos. Sin embargo, hasta la invención de los primeros “armarios de nieve”, el coctel frapeado fue lujo de unos cuantos.

LEER COLUMNA ANTERIOR: Un traguito de tetosterona

En su libro La importancia del tenedor, Bee Wilson elabora un ameno recuento de los desarrollos tecnológicos ligados a la refrigeración. La anécdota que abre dicho capítulo trata acerca del debate que —el 24 de julio de 1959, en plena Guerra Fría— sostuvieron Richard Nixon y Nikita Khrushchev. Durante aquel histórico kitchen debate, el enviado del presidente Eisenhower intentó probar que el capitalismo tenía un argumento irrefutable: un flamante refrigerador amarillo patentado por la General Electric.

El triunfo de la ciencia moderna culminaba con una máquina capaz de fabricar cubitos de hielo.  El crepitar del fuego y el calor de los hornos (antiguos centros neurálgicos de la cocina), fueron suplantados por el zumbido de los motores refrigerantes. Actualmente, el mercado ofrece frigoríficos equipados con sistemas que identifican el proceso de descomposición de los alimentos; “cacharros” —como los descalificó Jruschev— con sensor Wi-fi y un software para ajustar la temperatura a la necesidad de conservación específica de cada guisado. Heladeras con música, Twitter y recetarios virtuales. Mientras los polos se derriten y el planeta se calienta, la tecnología persigue el sueño de conservar lo perecedero; la lucha conlleva una enseñanza trágica: a mayor sofisticación refrigerante, los indicios de corrupción y podredumbre se vuelven más evidentes e insoportables.

(José Manuel Velasco / @gueroterror)