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11/04/2021
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Criaderos de ajolotes en la CDMX

Los abuelos sureños todavía cuentan que, de niños, se iban a cazar ajolotes a los canales de Xochimilco y Tláhuac. Así de comunes eran hace décadas. Hoy, estos simpáticos e interesantísimos animalitos, endémicos del Valle de México, están en peligro de extinción. La culpa es, por supuesto, de nosotros, los malditos humanos: por introducir artificialmente especies gandallas, como las mojarras, que se apañan la comida y aparte se zampan los huevos del ajolote; por contaminar el agua, por usar Xochimilco como depósito de aguas negras, por permitir que la urbanización crezca a lo loco.

“Axolotl” quiere decir “monstruo de agua” en náhuatl. Históricamente, esta especie ha fascinado a los biólogos: además de que tiene el superpoder de regenerar extremidades y partes de su cuerpo, es un anfibio neoténico, es decir, que puede quedarse en estado larvario toda su vida. Que un animal así se originara en la zona lacustre de lo que millones de años después se convertiría en el DF, era como una premonición de la extravaganza de esta ciudad.

Ahora es casi imposible toparse con un ajolote en su hábitat natural, así que ni le busques. Para verlos frente a frente —lo cual recomendamos, porque son fascinantes, con sus manitas, sus cuernitos y su sonrisa— puedes visitar el Centro de Investigaciones Acuícolas de Cuemanco (CIBAC), donde no sólo los crían, sino que luchan para que las aguas xochimilcas vuelvan a ser habitables para ellos. Si quieres ir, debes solicitar una cita a través de un oficio. En el 5641 9834 te dan los detalles.

Otra opción es La Casita del Axolotl, un criadero particular donde se busca reproducir ajolotes para reinsertarlos a su hábitat natural. El espacio es casero y, además de las peceras repletas con estos animales de diferentes tamaños, está decorado con taxidermia fantástica que hibrida especies locales: por ahí anda el tlacuache con alas de paloma y el sapo-murciélago. Aquí sólo se puede llegar en trajinera. Te recomendamos tomarla en el embarcadero de Puente de Urrutia, que está lejos de la parte turística y, en el camino, puedes ver aves como la garza gris, el pelícano o la gallinita de agua.

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Estudió Comunicación en la UNAM, pero en realidad aprendió a escribir en los chat rooms noventeros y luego en los blogs. Es tan fan de la Ciudad de México que tiene el mapa del Metro tatuado en el brazo.