La gente que habita en la Torre Latinoamericana

Este sábado 30 de abril se cumplen 60 años de que la Torre Latinoamericana fue inaugurada. De aquel año 1956, cuando abrió sus puertas oficialmente, queda poco; sin embargo, todavía hay algunas personas, inquilinos o trabajadores, que han sido testigos del paso del tiempo dentro de este rascacielos del Centro Histórico. Estas son, grosso modo, sus historias.

La única estilista de la torre

“La Torre Latinoamericana ofrece vistas panorámicas preciosas por donde quiera”, de eso está segura Rosita, quien desde hace 49 años atiende el Salón de Belleza Cielo, el único negocio de este tipo que hay en la Torre Latinoamericana.

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Tenía 17 años cuando llegó, en 1967, al “impecable” edificio, gracias a que su maestra de belleza, Mercedes Carbonell, la hizo socia del establecimiento que desde ese año y hasta 2002, cuando se llevó a cabo la remodelación de los últimos niveles del emblemático rascacielos, estuvo ubicado en el piso 37. Tras los trabajos de remozamiento el salón fue reubicado en el piso 16.

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Lo que nunca se ha mudado de lugar es la añoranza que siente Rosita por el pasado. “Teníamos una ciudad limpísima, no había smog. El único ruido que escuchaba yo en el piso 37 era el del tránsito aéreo, en cambio, ahora, son las manifestaciones, los músicos y todo lo que representa el show callejero”, dice la mujer de cabello rojizo y bata blanca.

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Durante los muchos años que ha estado a cargo del salón, Rosita se ha hecho de clientes que hasta la fecha conserva. A la mayoría de ellos la visita actualmente en su domicilio, debido a que se les complica trasladarse a la zona del Centro Histórico.

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Aunque reconoce que en ocasiones no puede satisfacer las necesidades estilísticas de los jóvenes, lo que todavía mantiene en pie su negocio es el aprecio de quienes la conocen: “Igual podemos tener días bastante activos que días muy sosos en el salón, pero mucho de lo que me hace estar aquí es el cariño de la gente que me sigue buscando y que no les quiero fallar”.

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Salvadores de la Torre

Noé Balderas, 41 años, y Alejandro Trejo, años, son dos de las sietes personas que se encargan de darle mantenimiento general a la Torre Latinoamericana, desde el sótano más profundo hasta la antena que se extiende 44 metros por encima de los 138 que mide el edificio.

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Noé Balderas y Alejandro Trejo, encargados de mantenimiento en la Torre Latinoamericana.

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Ambos tienen como tarea revisar, en el turno matutino, que ninguna cosa falle, que todo esté en su lugar y funcionando. Si se rompe un cristal, ellos lo cambian. Si se atasca el sistema de bombeo, le dan solución, refiere Alejandro, con 14 años de haber llegado a la torre. Son al mismo tiempo plomeros, electricistas, mecánicos y cualquier otro oficio que una emergencia pueda exigir en cierto momento.

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“Una gran responsabilidad”, la que cae sobre ellos, asegura Noé. Él lleva 23 años dando servicio al rascacielos del Centro Histórico. Más de la mitad de su vida le ha dedicado a esta labor; a cambio ha recibido grandes satisfacciones, como fue haber conocido a la mujer con la que ahora está casado y tiene un hijo.

A ella la conoció en el acuario que, hasta antes de 2003, estaba en el piso 38. “En ese lugar le hice el enamoramiento y todo coincidió”, dice.

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Conductora que lleva a las alturas

Damián Alcazar, Consuelo Duval, Ximena Sariñana, Demian Bichir, Alberto Estrella, Lucía Méndez, son tan solo algunos de los miles y miles de rostros que la elevadorista Maribel Flores ha conducido desde la Planta Baja hasta alguno de los pisos de la torre durante los 14 años que lleva trabajando en ese puesto.

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La mujer de lentes, piel morena, que va sentada y lleva casi todo el tiempo la mano derecha pegada a los botones del ascensor, relata que antes de esta función ella se dedicaba al mantenimiento del edificio. En suma, tiene el mismo número de años trabajando en la Latino que los que tenía cuando entró a laborar en este rascacielos: 24.

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Cumple ocho horas diarias en su jornada, que pueden ir de las 7:00 a las 16:00 horas o de las 13:00 a las 22:00. Durante los muchos vaivenes del veloz ascensor, entre las constantes aperturas de puertas, recibe a los visitantes de la torre con un “Pase. Buenos días”, y a los oficinistas y empleados con un “Hola, Ingeniero” o un “¿Cómo estás?”.

En un día festivo, los tres elevadores que están en funcionamiento transportan alrededor de 5 mil personas.

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El empleado con mayor antigüedad

Mientras voltea hacia Tlatelolco, Tomás Nava no puede evitar estremecerse. La voz se le quiebra al hombre de 68 años de edad y de pronto tiembla todo su cuerpo. “Eso sí no lo puedo contar”, dice, mientras recurre a la mímica para simular que porta una metralleta en sus manos. “Los estudiantes no merecían que los mataran”, por fin sale el recuerdo que le quedó del 2 de octubre de 1968, cuando desde las terrazas de la torre escuchó los disparos que provenían de la Plaza de las Tres Culturas y fue a ver lo que había ocurrido.

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Esa es una de las varias anécdotas que han dejado más marcado al empleado con mayor antigüedad en la Torre Latinoamericana. Lo mismo que su primer día de trabajo, cuando fue acusado de romper el vidrio de una ventana, el 5 de septiembre de 1967, y la ocasión en la que un hombre –el único en la historia de este edificio, según Tomás– se aventó del mirador.

Tomás relata que durante mucho tiempo nadie quiso agarrar el zapato del suicida, que había quedado en el piso 38, donde colisionó el cuerpo antes de llegar hasta el piso nueve y partirse.

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Actualmente, Tomás está jubilado, sin embargo, sigue trabajando por honorarios y en diferentes encargos en un despacho de contabilidad de la torre. En un principio, dice, cuando la Torre “era la maravilla, la sensación”, tuvo como primer empleo el de encargado de mantenimiento. Con el paso de los años fue subiendo de puesto.

“La Latino para mía ha sido una base de todo lo que he obtenido”, dice Tomás y platica que comenzó a estudiar Economía mientras laboraba. Gracias a ello pudo alcanzar un puesto administrativo poco antes e jubilarse.

(Fotos: Roberto González)