Lo que queda de nosotros

Está pensada como una obra de teatro para niños, no obstante, rebasa por mucho a este público. Desde que comienza la función es casi imposible no sentir esa opresión en el pecho que da ante el asomo de algo terrible pero a la vez hermoso. Ella es apenas una niña pero ya perdió a su madre y a su padre. Tiene un perro, llamado Toto, pero la depresión le orilla a abandonarlo y también está a punto de perderlo. Sin embargo, una llama se enciende y tiene la posibilidad de salvarlo. ¿Lo conseguirá?

Sara Pinet es una actriz implacable: en cada papel derrocha talento, energía y versatilidad. Ahora incursiona en una nueva tarea: la dramaturgia. Si bien ya lo había hecho anteriormente con Nunca se es demasiado valiente —junto con Raúl Villegas, Luis Eduardo Yee y Hamlet Ramírez—, esta vez lo hace desde una forma mucho más personal. A partir de su propia historia y en colaboración con Alejandro Ricaño, Sara escribió Lo que queda de nosotros, un trabajo sencillo y honesto en el que un perro, una niña y unos cuantos adultos hablan sobre el duelo, el tránsito de la vida y la necesidad de seguir: “Porque solo estamos aquí un momento. Un momento que se extiende. Porque vivimos a pesar de lo que queda de nosotros. Hasta que este pequeño momento termine”.

Raúl Villegas, otro talentoso, la acompaña en el escenario. Él es Toto, el perro de tres patitas que enternece a los niños y que genera los distintos cambios de tono. Pese a contar un tema complejo, Lo que queda de nosotros transita de un estado de ánimo a otro, del humor negro a la fragilidad, por ejemplo. La obra no sólo lleva el sello de Pinet, sino también el estilo —ya muy depurado— de Ricaño, quien crea imágenes y atmósferas a partir de su conocida narración escénica. Los sentimientos al terminar de ver esta obra son varios, sobresale el de la vida, la de nosotros y también la de los animales. La obra concientiza sobre su cuidado y adopción, de hecho, al final puedes hacerlo si así lo deseas. Los Totos te esperan.