Tatiana Bilbao: arquitecta

Por Cris Winters.-

Como parte de una de las generaciones de arquitectos más prolíficas del país, Tatiana Bilbao ha destacado gracias a su visión socialmente responsable. Sin querer, su figura se ha convertido en la voz de las mujeres en la arquitectura mexicana. Su visión se ha proyectado a nivel internacional en forma de construcciones en China y cátedras en la Universidad de Yale, EEUU.

¿Qué influyó en tu elección de ser arquitecta? ¿Cómo fue tu niñez?

Mi abuelo fue arquitecto. Sin embargo, yo no lo conocí, pues murió mucho antes de que yo naciera. Él era vasco. Por el lado de mi madre tengo familia alemana. Es una combinación explosiva. Ni mi papá ni mi mamá son arquitectos, así que la influencia no es directa, aunque es verdad que tengo tíos y primos que lo son. Por parte de mis padres nunca sentí presión por dedicarme a algo. Me dejaban ser muy libre.

Lo que más me marcó de mi abuelo fue su sentido social, ya que él estaba involucrado en muchas causas. De hecho, llegó a México como exiliado por sus posturas políticas. Crecí escuchando sus historias y esa parte sí tuvo influencia en mí. Mi familia materna también llegó a México por una guerra, entonces puedo decir que le debo mi vida a la guerra. Para los que las viven es difícil verlo, pero la realidad es que hasta las guerras tienen cosas positivas.

En cuanto a mi niñez, antes no lo notaba, pero ahora con el paso del tiempo sí puedo ver que mi vocación ya estaba presente, aunque no de forma consciente. No es que haya crecido diciendo: “Voy a ser arquitecta”. Lo que sí es que me encantaba hacer casas para mis muñecas y crear estructuras con objetos que había en mi entorno. Luego ya que tenía la casa hecha no me interesaba jugar, lo que quería era construir.

No conociste a tu abuelo, sin embargo, ¿reconoces algo de esa herencia alemana y vasca en tu estética?

Sí. Me considero más mexicana que el mole. Siempre he vivido en la misma zona de la ciudad. Amo Paseo de la Reforma y por eso tengo mi despacho aquí. Crecí a unas cuadras. En cuanto a los recuerdos familiares, la herencia extranjera está marcada en la comida, en las recetas que preparaban en mi casa en el día a día. Otra cosa es que, aunque soy muy mexicana, cuando fui, por ejemplo, al País Vasco, entendí muchas cosas de por qué soy como soy. Soy de México, pero al estar allá también tuve un sentido de pertenencia y de sentir que también era de allá. Quizá del lado alemán venga la disciplina. Siempre he creído que hay que hacer las cosas de la mejor manera en que se puedan hacer.

Perteneces a una generación de arquitectos mexicanos particularmente exitosos en su país y en el extranjero, como Fernando Romero, Michel Rojkind y Derek Dellekamp. ¿Te ves a ti misma como parte de esta generación?

Por supuesto que me siento parte de una generación. La verdad es un orgullo. Además de colegas somos amigos, somos cercanos. Pienso que todo se lo debemos al contexto. Evidentemente hay mucho talento y disciplina, pero quizá también lo hay en otras generaciones. Lo que sucede es que nosotros nos graduamos de la Ibero en los noventa. Antes de eso, México había tenido una economía muy volátil.

Después de esa década hubo una estabilidad económica que no había existido antes, lo cual permitió que se invirtiera mucho en construcción. Además, en esos años la industria inmobiliaria se puso de moda en el mundo y, por lo tanto, también en México. No me encanta esa parte, pero es una realidad que si algo se pone de moda, la gente lo hace porque “está en tendencia”. Lo copiamos en México porque es lo que vemos. Lo positivo de esto es que la gente estaba dispuesta a invertir en arquitectura. En ese aspecto mis colegas y yo somos afortunados de habernos titulado en ese contexto, pues pudimos subirnos a una ola y proyectar nuestras carreras.

“Entiendo la arquitectura como un agente de cambio, ya que puedo afectar la calidad de vida de alguien a través de ella. No es tan claro y directo como un doctor quien literalmente te puede matar, pero si exageramos, yo también podría hacerlo si uso materiales tóxicos. Cuando hablo de mejor la calidad de vida de la gente hablo de algo más complejo, de la funcionalidad de los espacios, la iluminación, la sustentabilidad”.

Dentro de ese grupo, eres la única mujer. Eres quizá la arquitecta más exitosa del país. ¿Cómo vives esta experiencia?

Voy a ser honesta. Al principio de mi carrera odiaba que en conferencias, seminarios o entrevistas siempre surgía la pregunta sobre mi visión como mujer. Me parecía hasta retrógrada pues sentía que mi sexo era irrelevante en mi profesión. Me daba rabia. Lo detestaba porque en mi opinión tenía y tengo los mismos retos que mis colegas. Igual diseño, boceto, voy a la construcción. ¿Sabes?

Finalmente, luego de que siempre me quejaba, mis amigos hablaron conmigo. Me dijeron: “Mira, es una realidad. Eres mujer. Esto te hace diferente por el simple hecho de que hay pocas mujeres que se dedican a esta disciplina. Eres una excepción”. Entonces lo comprendí. Si bien ésa no es mi bandera y no me siento una activista del feminismo, ahora lo vivo de otra manera. He comprendido mi papel. También me he dado cuenta de que la escasez de mujeres en la arquitectura no es exclusiva de México, sino de todo el mundo.

Somos pocas las que nos dedicamos a esto. Lo que me sorprende es que aún en mi círculo, que es de gente privilegiada, con acceso a educación, viajes, etcétera, aún hay quien ve mal lo que hago. Hay mujeres que me juzgan por “abandonar” a mis dos hijas (la mayor tiene tres años) o por no dedicarles todo mi tiempo.

Hiciste una mueca al mencionar a las mujeres que te juzgan. ¿Crees que es cierto que la mujer es el peor enemigo de la mujer?

Tristemente hay algo de cierto en eso. Creo que tiene que ver con que muchas fueron educadas a no cuestionarse y les da pavor salir de su zona de confort. Otras ni siquiera se plantean la posibilidad de hacerlo. Yo nunca he sido del tipo de persona que se autolimita o tiene miedo a hacer las cosas. Sin embargo, estoy contenta con mis decisiones. Tengo gente que me ayuda y me organizo para poder estar con mis hijas a partir de las tres de la tarde. Es cuestión de organizarse.

También tengo la suerte de tener un esposo que no se siente intimidado por mi éxito y que me apoya en todo. Es un superpapá. Tal vez la vida de mis hijas no es normal en tanto que no es rutinaria o que su mamá tiene que contestar llamadas de pronto, pero creo que son unas cosas por otras, tienen el privilegio de viajar por todo el mundo, por ejemplo. El otro día, mi hija que tiene sólo tres años me dijo: “Mamá, hace mucho que no vamos a París”. Escucharla me dio un ataque de risa. No por presumir, pero es muy simpático ver cómo para ella es normal viajar y no dimensiona que vamos por mi trabajo.

De vuelta a la arquitectura, específicamente al tema de la construcción. ¿A qué crees que se deba que permanezca como una disciplina masculina?

Definitivamente a la obra (de construcción). Es un tema biológico. Nunca seremos igual de fuertes que los hombres, de la misma manera que ellos no pueden dar a luz. Cada quien tiene lo suyo. Pero vaya, son más fuertes. Por algo en los Juegos Olímpicos las competencias no son mixtas, no sería justo. Además, la obra intimida a las mujeres, a mí no. Me alegro cada que llego a una construcción y la plomera o alguien más es mujer. Cada vez hay más, pero seguimos siendo minoría, incluso en las aulas de las universidades.

Tu arquitectura se distingue por su carácter social. ¿Cuál es tu filosofía?

Actualmente, la arquitectura responde a un mundo muy complejo. Cuando construyes en medio de la nada tienes la ventaja de que en cierta manera conquistas el lugar. Lo que hagas estará bien. Ahí la dificultad está en conseguir los materiales o en hacer que sea algo sustentable y adaptado al entorno. En las grandes ciudades donde hay un exceso de todo el reto es distinto: ¿cómo destacas?, ¿cómo te adaptas?, ¿qué aportas a la sociedad? Entiendo la arquitectura como un agente de cambio, ya que puedo afectar la calidad de vida de alguien a través de ella.

¿En dónde queda la parte estética?

No estoy en contra de construir cosas bellas, al contrario. Creo que la estética también enaltece la vida. Hay estudios al respecto. Es un elemento importantísimo. Funcionalidad, sustentabilidad y estética deben ir de la mano.

¿Cómo funciona tu proceso creativo y cómo cambia cuando colaboras con alguien?

Mi proceso creativo cambia. No tengo ningún ritual de poner música y sentarme a bocetar ni nada por el estilo. La constante es la investigación. Es importante conocer el contexto. Hago proyectos a la medida, no me gusta imponer que las cosas se adapten a mí. Los materiales que utilizo dependen del entorno. Hago mucha investigación para resolver las distintas problemáticas. Hay veces que aun con eso no sé cómo solucionar algo y otras que el proceso es más intuitivo, y que aun antes de investigar ya sé cómo hacerlo y sólo hago el marco teórico para corroborar.

En cuanto a colaborar me encanta y lo hago todo el tiempo. En realidad me parece absurdo no entender la arquitectura como algo colaborativo. Se necesitan muchas mentes. Ésa es su esencia. La idea del arquitecto como un todo poderoso es errónea y en el caso de mi despacho es imposible que sea así, ya que hacemos muchos proyectos muy distintos entre sí.

Has trabajado en distintos países. ¿Cuáles han sido las diferencias o áreas de oportunidad que has encontrado en cada lugar?

Es difícil generalizar porque cada proyecto es distinto. Todo mundo dice que construir en Estados Unidos es muy difícil por todas las reglas; yo ahí no he construido pero casi podría asegurar que España es peor. Hay muchísimas restricciones. En Francia las limitaciones van más por el tema de historia o patrimonio de la humanidad. En China lo más retador fue el idioma, pero fuera de eso me pareció muy similar a México. ¿Planos en una obra? Qué es eso. No es broma, son idénticos que aquí en cuanto a esa informalidad. Yo intento tomar el aprendizaje de cada proyecto e incorporarlo a mis trabajos siguientes.

Ya que tocas el tema de China, ¿cómo fue la experiencia de trabajar con Ai Weiwei?

Fue un honor que me eligiera para colaborar con él en la Sala de Exposiciones en Jinhua. Más allá de la proyección que le dio a mi carrera, lo que más me gustó de ese proyecto fue conocerlo. Es todo un personaje. Como un niño que se la pasa divirtiéndose. No he conocido a alguien igual. Su lado humano fue lo que más me interesó.

La docencia también te ha llevado a otros países. ¿Qué papel tiene en tu vida?

Me dedico a la docencia por necesidad, quizá no una económica. Es un verdadero reto compaginar mis horarios por el tema de los viajes, pero lo hago porque me da un enorme placer. Aprendo muchísimo de mis alumnos. El último fin de semestre en la Universidad Iberoamericana le decía al rector: “Espero que mis alumnos hayan aprendido tanto como yo”. Es que doy clases a gente de maestría, entonces son personas que ya tienen ciertos conocimientos y experiencia. Termina siendo enriquecedor, es un trabajo en equipo. El verano pasado di clases en la Universidad de Yale y también fue algo muy grato.

¿Cuál es el proyecto de tus sueños o el que te falta por hacer?

Ahorita estoy trabajando en un proyecto que siempre había querido hacer: casas de interés social. Lo deseaba mucho. Son viviendas de bajo costo en zonas rurales. Hemos hecho mucha investigación al respecto: más de dos mil entrevistas para conocer las necesidades de la gente. Una de las cosas que encontramos es que no quieren que sus casas se vean como que no están acabadas. Cuando les decimos que si ahorran más hay posibilidad de hacer un segundo piso a mediano plazo dicen que sí siempre y cuando su casa no se vea como que sigue en construcción. Es una cuestión de dignidad. La investigación ha sido clave. También es importante que nos incluyan como arquitectos en este tipo de proyectos. La arquitectura es una necesidad social, no un lujo.

Entrevista

Tatiana Bilbao

Arquitecta