Pintar la música

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El jazz en el arte convive en la obra de Jazzamoart, artista visual al que un regalo de Reyes le cambió completamente la vida y cuya obra se ha nutrido siempre de esta urbe. 

A Javier Vázquez Estupiñán (Guanajuato, 1951), como a cualquier niño, le encantaba pintar desde muy pequeño. Pasaba horas jugando con plastilina y haciendo travesuras, pero nunca tuvo tan fija una meta en su vida como cuando, a los cinco años, los Reyes Magos decidieron regalarle un taller de pintura. Era de madera y traía todas las herramientas que un niño jugando a ser artista podría desear: pinturas, pinceles, paletas, crayones. “Ahí supe que la pintura era para mí”, comenta el artista nacido en Guanajuato.

Su compromiso fue tan grande que decidió comenzar a vender sus pinturas a tíos y abuelos, y cuando tenía unos ocho años las vendía de manera abierta a cualquier persona en la calle. Pero si somos estrictos, fue hasta los 15 años cuando comenzó a vivir como un verdadero artista que sobrevivía de las ganancias de su obra, aunque eso significara no comer en ocasiones o andar con zapatos rotos por semanas.

Fue a partir de 1974, cuando tenía 23 años, que decidió adoptar el seudónimo de Jazzamoart, una fusión de jazz, amor y arte. El jazz en el arte había sido el gran hallazgo de su vida, porque eso fue lo que le permitió ser un pintor diferente.

A muchos artistas se les identifica por su manera de pintar, pero también por sus personajes. Jazzamoart jamás intentó parecerse a nadie, evitando sobre todo el estilo de sus maestros o de los pintores que admiraba: Francisco Corzas, José Luis Cuevas y sus personajes, ni a su gran maestro Fernando Aceves Navarro, formador de muchos de sus contemporáneos y a quien, por su carisma y manera de ser, sin darse cuenta comenzaba a imitar. Apenas cobró conciencia de ello, decidió buscar su propio estilo.

En la búsqueda de ser totalmente distinto, el pintor guanajuatense se arriesgó y dejó toda influencia de lado. “Voy a hacer el jazz en el arte”, se planteó Jazzamoart. Al inicio, su obra era anecdótica; pintaba lo que estaba frente a él. Esto era a finales de los 60 y principio de los 70, iba a los bares de jazz de la Zona Rosa a dibujar en vivo a los músicos y a buscar inspiración entre las notas musicales.

Poco a poco, la pericia y el conocimiento fortalecieron la autocrítica. Ahí se dio cuenta de que su obra no era nada propositiva. No bastaba con pintar a los jazzistas: habría que pintar la música. El reto sería congelar los sonidos.

Comenzaron a aparecer desafíos mayores: pintar el sonido del saxofón, el del piano, el de una batería. El resultado puede apreciarse, por ejemplo, en su obra Solo de batería, donde un músico está tocándola, pero lo hace de una manera pictórica, cuenta el artista.

La ciudad, siempre presente

Aunque Jazzamoart es originario de Guanajuato, como Diego Rivera, la Ciudad de México siempre ha estado presente en su vida y, por lo tanto, en gran parte de su obra. Como lo diría en algún momento André Breton: “México es el país más surrealista del mundo”, y si así es, su capital lo es todavía más.

“Es una ciudad que nutre a todos, no solo a artistas, sino a cualquier ciudadano. Es una ciudad alucinante, de una riqueza inacabable. Jamás terminas de conocerla y menos de vivirla”, afirma el pintor.

Probablemente la zona que más lo marcó fue el Centro, sobre todo los museos y las cantinas —aunque dice que a esas no entraba, se quedaba afuera—. “Ir al Centro me causa mucho placer, sobre todo cuando voy a conseguir materiales y descubrir nuevos lugares”, dice Jazzamoart.

Su padre, quien también fue pintor, alguna vez lo llevó a conocer el estudio del artista Joaquín Clausell, que se encontraba en el Centro. Esa experiencia lo marcó. De ahí se desprende una obra que resultó en una especie de homenaje a la capital del país. La pintura se llama El antro de las mil ventanas. Se trata de una gran cantina, que en realidad es el estudio de Clausell que conoció de niño, donde hizo un juego con otros bares y varios lugares que existen y otros tantos que ya desaparecieron.

Todos esos sitios fueron de gran importancia para el creador del jazz en el arte y varios lo nutrieron desde niño, como Cinelandia, un pequeño cineclub que estaba en San Juan de Letrán, hoy Eje Central (lugar que también frecuentaba José Luis Cuevas), a donde solo podía ir cuando lograba vender alguna pintura.

Hace unas semanas, la editorial Turner publicó Jazzamoart. La soledad del pintor (Turner, 2017), un libro monumental que muestra su obra junto a textos de escritores, críticos y artistas. Un justo homenaje al pintor que se arriesgó a trabajar en lo impensable: pintar la música. Un justo homenaje al pintor que se arriesgó a trabajar en lo impensable: pintar la música.

NUMERALIA

8 años fue la edad en que Jazzamoart comenzó a pintar.

1974 fue el año en que comenzó a usar el seudónimo de Jazzamoart.

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