‘Casa Tomada’, por @apsantiago

No sé si antes ocurría, pero en este tiempo conmemoramos a cada rato los días de la muerte y nacimiento de los escritores, y entonces repasamos sus vidas, obras y lo que nos han enseñado. Google saca sus doodles, la gente pone en Facebook cerebrales citas de esos autores y aunque muchos festejan estirando el pulgar, algunos puritanos reclaman: “¡Bah, ya salieron los lectores de frases a citar a Cortazar!” cuando, por ejemplo, la gente postea esas líneas de Rayuela que definen el amor ansioso con un “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.

No veo nada de malo en el furor por los aniversarios. Supongo que sirven para que quienes ya leyeron al difunto lo relean, para que quienes no lo leyeron lo lean, y para que quienes ni lo conocen aprendan su nombre y algún día lo hagan.

Contagiado por el natalicio del argentino Julio Cortázar, leí su cuento Casa Tomada: una hermana y un hermano que rondan los 40 años y viven juntos sin más recreación que tejer y leer, advierten que una fuerza sonora pero invisible invade el hogar que habitan en silenciosa soledad. Cuando esa fuerza toma el comedor y la biblioteca, los hermanos se refugian en los cuartos y la cocina. Pero luego la fuerza ocupa la cocina y el baño. Acorralados, empujados hacia afuera por ese algo amenazante, una noche abandonan para siempre la casa. “Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle”, escribió Cortázar, y al leerlo pensé en Yaotzin, Arturo y César, grandes amigos que emigraron para radicar en Alemania, Estados Unidos e Inglaterra.

A su exilio contribuyeron tres dulces mujeres de esas naciones, pero hubo más motivos. México, si con violencia no ataca tu carne, con sus noticias te desfigura el alma al volverte testigo del terror que arrasa al prójimo; México ofrece empleos humillantes; a México lo martiriza la infamia política que engendra pobreza; a México lo emponzoña la transa. Quizá porque México presentaba un horizonte de tinieblas, o al menos oscuro, ellos tres no siguieron caminando hacia él.

Como los hermanos del cuento Casa Tomada, un día México los empujó fuera de sus fronteras. Un periodista, un internacionalista y un documentalista se dieron cuenta que vivirían mejor en el extranjero. Y he notado que cuando vienen de visita, pronto anhelan volver a sus más nobles países por adopción.

Días atrás, con tal de recuperar a mi amigo Yaotzin, con pizcas de malicia busqué persuadirlo por teléfono: “No descartes regresar, México tiene problemas pero está vivo”. Aunque desde Berlín respondió “no lo descarto”, su tono insinuó que no volverá.

No, si México sigue siendo la Casa Tomada que expulsa a sus hijos.

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(Aníbal Santiago)