‘El gobierno de las pequeñas cosas’, por @PPmerino

La interacción inmediata y cotidiana entre ciudadanos y quienes ocupan el aparato estatal (i.e. gobiernos) ocurre en la calle. Es sobre pavimento y banquetas que ejercemos parte de nuestro catálogo de derechos; nos sujetamos (o no) a la ley; y definimos nuestra relación con autoridades en el encuentro de ambos. Es desde ahí, en el gobierno de las pequeñas cosas, que grandes conceptos como “Estado” o “Estado de derecho” se construyen o se desmoronan.

Hace ya varios años decidí vivir en el centro, por la disponibilidad de servicios públicos; poder ver capas de historia desde mi ventana; y estar expuesto siempre el cálido ruido de gritos, pregones y música. Tengo además, la fortuna de poder llegar a mi oficina en una caminata de apenas 10 minutos.

Basta poner un pie en la calle para que el primer párrafo de este texto se desbarate, y sospecho que la experiencia puede ser cuantitativamente diferente, pero cualitativamente similar en otras zonas de la ciudad. Esto no es una queja personal, es un texto anecdótico que, creo, ilustra nuestra tragedia.

Hay en la esquina de Luis Moya y Victoria un bache que debe estar a punto de cumplir sus primeros tres añitos y vaya que ha crecido. No lo he denunciado, porque al menos obliga a los autos a frenar para dar vuelta. Es ahí, la única protección al peatón. Al seguir sobre Victoria se encuentra un Ministerio Público, en donde permanentemente verá usted una o más patrullas estacionadas sobre la banqueta.

En la siguiente esquina, al cruce con Revillagigedo, se encuentra el “Centro de Comando” C2, desde donde se monitorean las cámaras de videovigilancia de la ciudad. Ahí, policías y empleados ponen objetos para reservar espacios de estacionamiento en la calle a algunos funcionarios que trabajan en el interior; mientras que las patrullas se estacionan en segunda fila o en zonas prohibidas. Esto sí lo he denunciado repetidas veces en las cuentas @caspolicia_cdmx e @inspeccion_cdmx. Todo igual.

Desde ahí me enfrento a una decisión estratégica sobre mi ruta. Si opto por caminar sobre Morelos hasta Abraham González, debo prever si Bucareli está cerrado por alguna protesta, en cuyo caso, el cruce de peatones sobre Enrico Martínez se vuelve deporte extremo dado que la calle cambia de sentido y los policías están mucho más agobiados con dar fluidez al tráfico que solía pasar por el Eje 1 poniente que por proteger a peatones.

Puedo optar por tomar Ayuntamiento, en donde veré autos que sistemáticamente invaden los carriles confinados al Metrobús, así como banquetas que, al desaparecer carriles, les parecen un lugar natural de estacionamiento. Entre las primeras en invadir y darse vueltas prohibidas por el flujo del Metrobús: las patrullas (y sus torretas que no se apagan un minuto del día o la noche).

O bien, puedo bajar hacia el olvidadísimo jardín Carlos Pacheco, que se ha convertido en el tiradero de basura oficial de la zona, y cuyos alrededores están tomados por autos de la Casa de Cultura de Tamaulipas o por su inmanente presencia: el huacal. Luego, avanzar hacia la ciudadela, nuevo hogar del grupo de personas que vivían en la calle de Artículo 123. Ahí requiero usar otro súper poder: magistralmente esquivar orines y heces.

En cualquiera de las rutas que elija, existe una alta probabilidad de que la Secretaria de Gobernación haya cerrado con vallas todo el perímetro; en cuyo caso, debo identificarme ante un policía federal, decirle a qué me dedico y hacia dónde me dirijo. Con suerte, el policía me permite pasar como peatón. Sin identificarme, ni soñarlo. Para salir del “perímetro policía federal” debo pasar por otro retén similar. Retén, no hay mejor palabra.

Finalmente arribo a Abraham González, en cuya esquina con Lucerna es factible que exista una cola de personas de la tercera edad que van a tramitar el apoyo correspondiente y que puede perfectamente alargarse sobre la banqueta más de 100 metros hasta dar la vuelta a Barcelona y que puede durar, para tortura de nuestros ancianos, varias horas.

Ya en los alrededores de mi oficina, habrá una cantidad insólita de vehículos en segunda fila a los que se les están cambiando llantas y rines, el principal negocio de la zona. A menos claro, que haya un operativo para verificar el origen de las piezas, en cuyo caso, habrá un perímetro que cierra todas las calles alrededor, despliega a varias docenas de policías con sus respectivos camiones, y dura por lo menos unas tres horas.

Es posible que a mi retorno al hogar; hayan desaparecido perímetros, vallas y operativos, pero hay un nuevo reto: ver. El número de luminarias sin servir sobre Abraham González; Bucareli y el resto de calles es insólito. Si no fuese por los faros de los autos, la caminata sería táctil.

Basta pues caminar 10 minutos todos los días para exponerse a las dos manifestaciones cotidianas de los tres niveles de gobierno (delegacional, de la Ciudad de México, y Federal): su ausencia o su abuso. Tendrán ustedes, estoy seguro, su propio repertorio de ausencias y abusos.

Los pequeñísimos gobiernos de las pequeñas cosas. Y uno se pregunta, ¿cómo puede construirse un Estado desde ahí?

******************

SÍGUEME EN @PPmerino

(JOSÉ MERINO / @PPmerino)