‘El derecho a aburrirnos’, por @warkentin

Hemos atascado de tantas actividades las escasas 24 horas del día, que el alma anda estresada y con colitis. Así ni cómo hacerle, ¿eh?

Llegó el verano. Llegaron las vacaciones de chamacos y post chamacos. Llegó el yahroaquéharemosconellos.

Deberíamos defender el sacrosanto derecho a aburrirnos. ¿O no? Esos momentos en que el tiempo se te hace laaaaaaaargo, comienzas a escuchar demasiado tu propia voz, te ves obligado a encontrarle formas a las nubes, reivindicas al amigo nomás para sumar otra voz al letargo, encuentras maneras de escabullirte de la casa, te concentras en inventar mundos y piensas que algo más es posible. Del aburrimiento al espasmo creativo, y de ahí a las utopías. O por lo menos a buscar a tus cuates.

Un poco así estaban pintados los veranos de mi infancia. Y no por mala leche de mis padres. Lo que sucedía es que terminaban las clases y una se hacía responsable de su tiempo. Jugar, leer, echar desmadre. Un poco recorrer las calles. Alguna cascarita, a patinar. No nos dejaban ver mucho la tele, por eso tampoco la extrañábamos. Y con todo tengo gratísimas sensaciones de recuerdo de aquellas épocas. Platicábamos entre los cuates e imaginábamos que podíamos ser estrellas o astronautas o algo diferente. Los minutos de las horas de los días… estaban menos arrinconados.

Y no, no crean que esto es una letanía a favor de un pasado mejor, ni que pienso quejarme de que “hoy los chamacos ya no juegan y todo lo quieren activado”, ni lugares comunes de las crisis de los 40. A mi me tiene un poco sin cuidado si los niños hoy juegan menos que antes; siempre he creído que son lo suficientemente inteligentes para jugar hasta con nosotros. Lo único que quiero es que, independientemente de la edad, defendamos el derecho a aburrirnos.

Este verano lluvioso, como todos los que son en esta chilanga capital nuestra, es el escenario perfecto para apostar por otros estímulos. Y en una de esas dejar que las 24 horas vuelvan a pesar. Qué tal sólo estar sentada un rato viendo transcurrir el tiempo. O ir a comer sin llevar 400 libros en tu Kindle. O aventarte en silencio las 2 horas que te lleva llegar a tu casa. O no poner la tele en el minuto cero en que pisas el hogar. O …

¿Suena a terapia extrema? Tal vez lo sea. Pero para el verano que corre, para las vacaciones de quienes sí las toman, para el tiempo que es: voto por el derecho al aburrimiento como el espacio de silencio necesario para la imaginación de escenarios posibles.

O, por lo menos, para dejar descansar el alma que ya no puede de tanto estrés… y tanta colitis.

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(GABRIELA WARKENTIN / @warkentin)