Espérese, por @apsantiago

En sus inicios fue reportero en Reforma y otros diarios, después escribió en revistas: Chilango, Esquire y Emeequis, donde hoy hace periodismo narrativo. Ha sido profesor universitario y conductor de televisión. Premio Nacional de Periodismo 2007.

Mis cuerdas vocales vibraron y la palabra ‘requisitos’ viajó por el cable telefónico. Ya en su destino, Locatel, la telefonista me pidió: “Apunte”. Su solicitud era como el mandato de un capitán a su marinero para que cargue víveres, agua, salvavidas, antes de zarpar. Es decir, ella sabía que nos aguardaba una travesía: la enumeración de requisitos para renovar la tarjeta de circulación de mi viejo Peugeot con fugas de aceite, defensa caída como mandíbula de enfermo que vegeta, y raspones y golpes como el más triste mendigo. La lista inició con un “Imprima el estado de su auto en el portal del Repuve” y acabó con un “busque las cinco últimas tenencias con los vauchers del banco”. Además, hubo otros nueve requisitos (documentos) que no contaré para no dormirlos. La señorita me pidió ir a Control Vehicular de 8:30 a 14:30 y aclaró: “de cada cosa que le dije, lleve dos copias”.

A punto de entrar con mi tabique de hojas a Control Vehicular de la delegación Benito Juárez, a las 10:00 am un funcionario se disculpó: “Se nos acabó la papelería”. Lo reviré con un chistorete mientras alzaba mis documentos: “Traje mucho papel para regalarles”. No se rió: “Si quiere renovar su tarjeta venga mañana antes de 6:30 am”.

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Sonó el despertador 5:00 am, me puse mi gorrita invernal de las Águilas de Filadelfia y a las 6:23, al llegar a Control Vehicular bajo un frío hiriente, vi una cola de 71 personas (fui la ficha 72). Los ciudadanos que esperan ahí fuera deberíamos organizar fogatas nocturnas, quemar bombones y sacar la guitarra para cantar unas de Serrat.

De pronto, una dama de unos 80 años me dijo: “El gobierno del DF presume su tarjeta de circulación con chip, muy moderna, pero no puede dar turnos por Internet para que no esperemos de madrugada”. Un joven añadió: “¿De qué les sirve la tecnología si para comprobar que cumplimos tenemos que darles todas estas copias?”.

Cuatro de la fila (ya éramos una hermandad) jugamos a contar nuestras hojas. Gané por nada: había llevado 42.

Hagamos cuentas: si multiplicamos 40 hojas por 200 capitalinos que al día hacen trámites en ese módulo los 220 días hábiles, tenemos que al año, un solo módulo recibe 1 millón 760 mil hojas. Como hay 15 módulos, el total anual de papel que el GDF exige es: 26 millones 400 mil hojas. “Pobres arbolitos”, comenté a mis hermanos de fila al entrar a la oficina a las 3 horas de haber llegado.

La funcionaria Conchita recibió mis papeles, y al darme vuelta vi frente a ella, en pleno pasillo, 80 cajas de cartón. Sigiloso, abrí una: estaba repleta de hojas usadas. “Así terminan nuestras copias: en la basura”, susurró un señor de la hermandad.

A las 11:00, Conchita puso en su escritorio mi nueva tarjeta. De la euforia, quería huir gritando ¡goool! con el plástico en mi poder. Pero la funcionaria me detuvo: “Espérese –me pidió-, ya nada más sáquele una copia amplificada por ambos lados, y me la trae”.

 

(Aníbal Santiago)