Jacobo y el ácido desoxirribonucleico

Si de golpe entra a mi oído el apellido Zabludovsky viajo a 1982: colonia Viaducto Piedad, departamento 3 de un edificio en la calle Marcos Carrillo. Lucha, la señora que me cuidaba, prendía la TV para que me fuera venciendo el sueño y creo que lo más somnífero que hallaba era al licenciado (había que anteponer su título profesional) Jacobo Zabludovsky en su noticiero 24 horas.

Ya no me acuerdo si Jacobo me arrullaba con su voz ultranasal sin inflexiones y esa mirada de frialdad cadavérica con párpados caídos tras sus lentes de pasta. México podía llorar el homicidio de su candidato presidencial, sufrir un terremoto mortífero, la moneda caer al infierno pese a que nuestro mandatario había jurado defenderla como un perro, recibir el Papa un balazo en la Plaza de San Pedro con una pistola Browning Hi-Power. Eso sí, el licenciado Zabludovsky siempre enunciaba esas noticias en su misma media voz, como si ningún suceso pudiera atravesarle el pecho y desperezar su alma sin emoción.

Mamá llegaba de su trabajo en el IPN y echaba una mirada al noticiero del hombre sin gestos que entrevistaba presidentes y políticos multicolores (sobre todo tricolores). Sus entrevistas eran plácidos encuentros fraternos donde desplegaba a los poderosos una alfombra roja y les acercaba el micrófono: la escupidera donde ellos derramaban palabras que eran como gotas de un aceite que mantenía a la máquina del sistema robusta y lubricada.

Sí, mi madre, entonces sólida comunista, también veía a Jacobo porque a él lo veíamos todos: como las efigies televisivas de Raúl Velasco, Paco Stanley, el América o Verónica Castro, Zabludovsky era para las mayorías la cuasi única ventana para asomarse al país y al mundo. Zabludovsky era ese par de ojos con cataratas, ese tímpano dañado, ese paladar pervertido con que a los mexicanos se nos filtraba la realidad para que la medio viéramos, la medio oyéramos y medio sintiéramos su gustito. O ni eso.

Presidentes iban y venían, y su cara rosada de pelo gris permanecía en nuestras casas, como un Presidente Vitalicio de la TV: aunque no lo votábamos continuaba ahí, en el dos, único canal que penetraba lo mismo en Lomas de Chapultepec que en el pueblo chiapaneco de El Zapotal. Sí, el único canal.

¿Jacobo era brillante? Sólo sé que jamás olvidaré su penosa entrevista a Salvador Dalí. “Maestro, ¿cuál es la fuente de su genio?”. “La fuente de mi genio –dijo el pintor- es el ácido desoxirribonucleico (ADN)”. Completamente en serio, como si eso fuera una gragea, el periodista preguntó: “¿Y usted lo toma?”.

¿Cuánto de este México de hoy hecho jirones lo edificó Zabludovsky? Vaya uno a saber; calculo que no mucho menos que varios presidentes juntos.

No sé si le toque ir al cielo, pero si es el caso que San Pedro se vaya colocando el micrófono: don Jacobo querrá estar cerca del más poderoso allá arriba.