La Desolación de Smaug

El pasado lunes acudí a una función especial de la segunda parte del Hobbit, invitado por la (muy amable) Sociedad Tolkiendili de México. Llegué y me pidieron entregar el celular, justo antes de ofrecerme unos lentes 3D, esa horrorosa moda que confunde el cine con Six Flags. Ni la tercera dimensión ni ese horrible visor para buceo arruinaron la experiencia. Se necesita tener corazón de vejete cascarrabias para no disfrutar The Desolation of Smaug.

Sí, la película no le es fiel al libro. Tolkien daría vueltas en su tumba oxoniense si supiera que Peter Jackson usa la novela como mera referencia: un listado de lugares que los enanos deben conocer, solo para después reordenar el argumento a su gusto. The Desolation of Smaug es la menos Tolkieniana de todas las películas. Jackson transforma el universo asexual y sobrio de la Tierra Media literaria en una cinta de poco menos de tres horas que incluye triángulos amorosos entre distintas razas, personajes que ni siquiera aparecen en los libros y secuencias de acción cuya ridiculez haría sonrojar a Bugs Bunny. Pero, ¿a quién le importa la lealtad cuando el resultado es así de agradable?

Peter Jackson es heredero de la mejor tradición de Spielberg. Más que entretener, su misión es asombrar. Joss Whedon presenta la batalla final de Avengers sin siquiera crear expectativa: el ejército de bichos alienígenas que desciende sobre Manhattan al final de la película se siente como rutina, orquestada con todo el entusiasmo que suscita un desfile militar. Es cine cocinado en microondas, plástico, tan efímero como pirotecnia.

En contraste, Jackson esconde, coquetea, revela a cuentagotas, hasta que finalmente levanta el telón, en busca de la recompensa más codiciada por un cineasta comercial: mandíbulas que se derrumban y tocan el suelo, suspiros colectivos, pupilas dilatadas. Hay muchos regalos por abrir: la primera vez que Bilbo conoce al epónimo dragón, la llegada a Erebor y una secuencia alucinante (el fuerte de Jackson) en el bosque de Mirkwood. El resultado reemplaza la solemnidad de la primera trilogía con un tono ligero, acompañado de un ritmo veloz, que tanta falta le hizo a la primera entrega.

En la era de los dos millones de superhéroes da gusto ver una película que aún crea en la capacidad que tiene el cine para sorprendernos.

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(DANIEL KRAUZE)