“¡Oh, Gorman!”, por @JorgePedro

Cuando le conté a Nicolás Cabral que esta crónica se llamaría “¡Oh, Gorman!” se lo dije de broma. Pero a él le pareció una buena idea e incluso me animó a usar el título en serio. Como puede verse, le hice caso.

Ese domingo le hice mucho caso a Nicolás porque me explicó con erudición y buen ánimo lo que hay que saber sobre la casa que diseñó el pintor y arquitecto Juan O’Gorman en la colonia San Ángel Inn, la cual puede admirarse como una añadidura del Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo desde el inicio de esta primavera. Mi amigo, que conoce la vida y obra de Juan O’Gorman al dedillo, me señaló con el dedillo la firma del autor en el muro Sur, fechada en 1931 (aunque el proyecto es de 1929), así como una piedra labrada en la casa de enfrente, en la que está representada una figura humana que muestra las nalgas.

La mandó a hacer el vecino para insultar una construcción tan rara, tan simple, que hoy se considera “la primera casa moderna de México” (el título original de este texto antes de la ocurrencia). Me imagino que la habrá estimado demasiado extravagante para una zona que hace ochenta años lucía más bien neocolonial, campestre.

Nicolás Cabral, que estudió arquitectura, pero se dedica a leer, editar y escribir, también me habló del proceso de restauración a cargo de Víctor Jiménez, quien a pocos metros de nosotros le chuleaba la casa a Toyo Ito. Tengo entendido que el arquitecto japonés, receptor del premio Pritzker apenas tres días antes, vino a México con motivo del Museo Internacional del Barroco que edificará en Puebla.

A lo mejor debimos invitarlos a comer con nosotros después de la visita a la Fonda San Ángel, en la Plaza San Jacinto, en donde mi guía y yo pusimos sobre la mesa a Le Corbusier, el discurso social de la Casa O’Gorman, los cables trenzaditos, la bella barda de cactos, las implicaciones de la modernidad, unos sopecitos de tuétano, una tlayuda enorme, un chile relleno.

¡Tardé horas en hacer la digestión! Tal vez por eso aquella noche soñé que Diego Rivera me llevaba a Japón para revelarme el significado profundo de la obra en cuestión. Hoy sólo me acuerdo de que su enseñanza tenía que ver con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Mexicana y las fábricas y las responsabilidades de vivir en una ciudad.

En el sueño, además, me daba cuenta de que las ventanas de la Casa O’Gorman funcionan como espejos, de forma que el vecino de enfrente no tiene más remedio que sentir las nalgas de piedra dirigidas hacia él mismo. Así de elegante se defiende la primera casa moderna de México.

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 *Jorge Pedro Uribe Llamas estudió Comunicación. Ha trabajado en radio, revistas y televisión. Sus crónicas sobre la Ciudad de México están en jorgepedro.com.
(JORGE PEDRO URIBE LLAMAS)