Retrato de una víctima

Antes de ver La habitación (Room, 2015), del irlandés Lenny Abrahamson, tenía las expectativas bajas. La última película que vi sobre un secuestro perverso fue Cautiva (The Captive, 2014), de Atom Egoyan, una exageración melodramática que convirtió el horror de un caso como el del austriaco Josef Fritzl en un improbable thriller. Debí ser más justo con La habitación, después de todo es de Atom Egoyan de quien ya no se puede esperar mucho.

Bajo la dirección de Abrahamson, lo que pudo ser un melodrama simplón se convirtió en una experiencia metafórica sobre la aventura de descubrir la realidad y también un retrato de la víctima como un ser integrado por los absolutos de lo humano.

Al ser una película de Hollywood temí que La habitación pudiera protegernos del horror, como lo hace la madre con su hijo en la película. Al contrario de, digamos, Las elegidas (2015), donde la aséptica imaginería de David Pablos nos guarece de la suciedad y la repulsión, La habitación jamás se decora a sí misma para complacer el puritanismo hollywoodense.

Los colores en la habitación donde la madre sin nombre y su hijo están secuestrados por un degenerado sugieren una voluntad imaginativa queriendo deshacer las sombras que la desvanecen. No se trata de una mera complacencia con el público.

Brie Larson, en su papel de la madre, no actúa con abnegación como lo requeriría un papel optimista, al contrario, su personaje refleja la desesperación que le provoca ser la prisionera sexual de un extraño y también el agobio universal de soportar a un hijo pequeño. La habitación también funciona, entonces, como una metáfora de la depresión posparto, de las complicaciones de abandonar una vida irresponsable, la adolescencia, y de afrontar con amor el desafío que implica nutrir vida nueva en el mundo.