Rojo que te quiero rojo

Las manos de Vicente Rojo no han dejado de trabajar… Su mirada no ha dejado de reinventar las cosas. Este año su obra inunda la ciudad con varias muestras: la más destacada comienza el mes próximo en Ciudad Universitaria.

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Dice Vicente Rojo que nada lo aburre.
–¿Nada?
–Nada.
–¿En serio? No, Dios mío, no.
–¿Nunca?
–No, no, nunca me he aburrido. No, jamás.
–¿Pero y si lo que estás viendo está terrible?
–Yo quiero saber hasta dónde va a llegar eso que yo considero tan malo. Si es una película, yo no la dejo ni nada, casi nunca dejo nada a medio ver.

Ni siquiera los largos trayectos de la Ciudad de México lo hartan, “ésta es para mí una ciudad que quiero; la que desde que la vi supe que iba a ser mi casa”.

En 1981, José Emilio Pacheco escribió sobre Vicente Rojo: “Cada una de sus obras es un objeto de belleza y una fuente de placer que niega por un instante la fealdad sin límites que nos rodea por todas partes en la capital más horrible del mundo”. El artista, nacido en Barcelona en 1932 pero habitante de la Ciudad de México desde 1949, no está tan de acuerdo con las palabras de su amigo. “Para mí es la ciudad donde me gusta vivir, y no la cambiaría por ninguna otra. Me fascina sentirme a gusto, sentirme en mi casa, a pesar de la mucha idea que pueda haber de que es una ciudad agresiva, con problemas de inseguridad”.

Cuando habla de su primera impresión de la Ciudad de México, Rojo siempre dice que lo que más lo sorprendió fue la luz. “La luz que yo vi en el año 49 era una luz muy brillante, muy viva; una luz que la ciudad en este momento ya no tiene. Pero eso no importa, no me importa, yo sigo teniendo esa idea de esa luz, que me enamoró y que a pesar de que no sea fácil verla, yo la sigo viendo”. Es la luz con la que sigue trabajando todos los días en su estudio en Coyoacán; una luz que, a sus 83 años, no se ha apagado.

Tenía 17 años cuando llegó al DF para alcanzar a su padre, refugiado de la Guerra Civil Española. Cuenta que casi de inmediato empezó a trabajar con Miguel Prieto, que entonces era director de la oficina de ediciones del INBA. Aunque había estudiado cerámica y escultura en España, ésta fue su primera gran escuela. “Miguel no era propiamente un maestro, pero todo lo que yo he podido saber de diseño él me lo enseñó. Luego, en el año 50, me llevó como su asistente o aprendiz en el suplemento ‘México en la cultura’, de Novedades. Así que fueron para mí esos son los momentos básicos y ahí conocí al director del suplemento, Fernando Benítez, con el que compartí toda mi vida”. Fue el arranque de su carrera como diseñador, que incluyó, entre muuuuchas otras cosas, la portada de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez en Editorial Sudamericana, el experimento gráfico-poético Discos Visuales, con Octavio Paz, y el logo del periódico La Jornada.

“Era totalmente intuitivo. A mí a veces me dicen, equivocadamente, ‘Tú revolucionaste el diseño’; yo digo que no revolucioné nada, porque para ser revolucionario tienes que entender que lo que se está haciendo está mal y lo vas a hacer mejor. Yo nunca tuve esa idea, yo siempre sentí que lo que tenía que hacer era lo mejor que podía”. Paralelamente, durante todos estos años, ha hecho pintura y escultura. Desde los sesenta, su trabajo lo ha desarrollado en series: ‘Señales, Negaciones, ‘Recuerdos’, ‘México bajo la lluvia’, ‘Escenarios’ y ‘Escrituras’. Esta última arrancó en 2006 pero sigue creciendo.

Rojo dice que no le gustan “las cosas que de primera vista se ven en toda su complejidad”. Prefiere retar a quien mira su obra.  “Siempre me ha interesado poner dificultades al posible espectador. Hay que afinar los elementos para que esa obra pueda crear una cierta inquietud. Creo que es lo que una obra de arte, si lo que yo hago se puede llamar así, persigue siempre: si no creas un conflicto en el espectador, la obra no tiene interés”.

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LA CIUDAD DE ROJO

Ahora mismo hay varias oportunidades de aceptar estos retos de Rojo. Primero, hasta el 13 de abril continúa en el Museo del Estanquillo ‘Aforismos & Grafismos’, con documentos y fotografías que documentan su amistad con Carlos Monsiváis. Después, hasta el 12 de abril estará en El Colegio Nacional ‘Obra compartida’, con originales de trabajos de diseño realizados para proyectos de otros miembros de la institución, como Octavio Paz, José Emilio Pacheco o Miguel León-Portilla. Por último, el próximo 9 de mayo se inaugurará en el MUAC ‘Escrito / Pintado’, una muestra que se divide en dos partes: una está dedicada a la obra reciente, dentro de la serie ‘Escrituras’ de tres años para acá, con 36 pinturas y 20 esculturas, –algunas de gran formato–. “Comencé ‘Escrituras’ con unas frases, con unos escritos sobre Pissarro, con escritos antiguos; ahora estoy con alfabetos y lo que va a estar en el MUAC son alfabetos, totalmente falsos, naturalmente”, dice. La otra es una revisión de su trabajo en diferentes disciplinas: pintura, escultura, diseño y edición.